El 19 de julio de 1979 las columnas guerrilleras del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) toman la ciudad de Managua, capital de Nicaragua, con lo cual se pone fin a la prolongada, férrea y represiva dictadura de Anastasio Somoza.
Fundado en los años sesentas del siglo XX, el FSLN fue el último movimiento guerrillero que, inspirado en la doctrina del “foquismo”, organizó, lidereó y consumó una revolución armada, la gran fantasía de la izquierda Latinoamericana.
Con el triunfo de la llamada revolución popular sandinista asume el poder en Nicaragua, de manera transitoria, una Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, encabezada por el comandante sandinista Daniel Ortega Saavedra, y que fue reconocida como un gobierno legítimo por la comunidad internacional.
En 1984 se celebran elecciones conforme a una nueva ley electoral, resultando electo como presidente Daniel Ortega, con el 63% de los votos. Su gobierno estuvo marcado por la inestabilidad, los desaciertos y malos resultados.
Ortega intenta replicar en Nicaragua el modelo cubano. Impulsa la nacionalización de empresas y establece un rígido control sobre el comercio y los mercados financieros. Las consecuencias económicas fueron devastadoras. En 1984 la inflación fue del 141% y para 1987 se elevó a 13,000%.
Los sandinistas imponen la censura a los medios de comunicación, atacan recurrentemente a la iglesia católica, reprimen a los indígenas miskitos y persiguen a la disidencia, todo lo cual genera un ambiente de inestabilidad política y la preocupación por el perfil cada vez más autoritario del gobierno nicaragüense.
A ello habría que agregar el bloqueo económico de los Estados Unidos y el financiamiento de la administración encabezada por el entonces presidente Ronald Reagan a grupos armados de ex somocistas, que conformaron la Resistencia Nicaragüense, conocida como La Contra.
El desastre económico, 50 mil muertos en la guerra civil y las presiones de la comunidad internacional, obligaron al gobierno a adelantar las elecciones presidenciales. Daniel Ortega, el comandante sandinista, se presenta de nuevo en 1990 como candidato, pero es derrotado. El triunfo correspondió a Violeta Barrios de Chamorro, viuda del periodista Pedro Joaquín Chamorro, director del diario La Prensa, asesinado en los años de la dictadura de Somoza.
Ortega se quedó con los restos del FSLN, que ha usado como una empresa familiar, imponiendo un liderazgo centralizado, personalista, autoritario y patrimonialista. El sandinismo terminó por convertirse en orteguismo.
Desde la oposición, Daniel Ortega alentó la polarización política y buscó por todos los medios desestabilizar al gobierno encabezado por Violeta Barrios de Chamorro. Ante el derrumbe del comunismo soviético, el comandante sandinista abandona el marxismo-leninismo y asume el ideario populista encabezado en América Latina por el dictador venezolano Hugo Chávez.
Con la obsesión de regresar al poder, Ortega participa como candidato a la presidencia en las elecciones de 1996 y 2001, con el lema “gobernar desde abajo”, siendo derrotado en ambas ocasiones. Sin embargo, en 2006 la división de los partidos liberales le permitió cumplir su sueño, ganar de nuevo la presidencia, con apenas el 37% de los votos.
Desde ahí, inicia una nueva dictadura en Nicaragua. Con todo el aparato de gobierno a su servicio y obstruyendo sistemáticamente a la oposición, Daniel Ortega triunfa también en las elecciones presidenciales de 2011 y 2016, en esta última llevando como candidata a la vicepresidencia a su esposa Rosario Murillo, a la que llama “La eternamente leal”.
Ortega acumula ya tres períodos de gobierno consecutivos. Y en 2014, promovió una reforma constitucional que permite la reelección indefinida, instalada previamente en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y que se ha demostrado que es una práctica abusiva que concentra el poder, limita la posibilidad de la alternancia política y deteriora la democracia.
En noviembre de 2021, se deben realizar elecciones en Nicaragua para designar un nuevo presidente de la república. Y el viejo comandante sandinista se apresta a competir de nueva cuenta por el cargo, buscando eliminar previamente a la oposición.
Muy triste en verdad la historia de Nicaragua, que pasó de una dictadura a otra. El régimen de Daniel Ortega cada vez se parece más al de Anastasio Somoza, el dictador derrocado por la revolución sandinista, que como todas las revoluciones terminó por generar monstruos y convertirse en un sueño frustrado y envilecido.
En los últimos meses hemos conocido los atropellos cometidos por Ortega y su gobierno: destitución masiva de diputados opositores; uso excesivo de la fuerza; represión y criminalización de protestas ciudadanas; detenciones ilegales de aspirantes de la presidencia de la república (como Cristina Chamorro, hija de la presidenta Violeta Barros), de empresarios, periodistas e, incluso, ex comandantes guerrilleros que lucharon contra la dictadura de Somoza como Dora María Téllez.
Durante estos años de la dictadura orteguista, se estima que más de mil nicaragüenses han tenido que exiliarse, entre ellos artistas como Luis Enrique Mejía Godoy y Luis Carrión, otro de los 9 comandantes que encabezaron la revolución sandinista.
El autoritarismo, la brutalidad, la corrupción y el nepotismo de la nueva dictadura nicaragüense ha quedo al desnudo. Daniel Ortega gobierna con su esposa y sus hijos. Viven una auténtica orgía del poder absoluto, patrimonialista y antidemocrático. Reeditan los peores ejemplos de las dictaduras de Centroamérica y el Cono Sur de trágica y triste memoria.
Sergio García Ramírez, destacado escritor nicaragüense que simpatizó con la causa del sandinismo, que formó parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional que gobernó después del triunfo de la revolución y que hoy es un firme opositor de Ortega, ha señalado que la experiencia de Nicaragua confirma, una vez más, que las luchas armadas engendran siempre caudillos dispuestos a quedarse con el poder para siempre y al costo que sea.