/ lunes 16 de septiembre de 2024

La barbarie disfrazada de guerra

Sin vivirla, la inseguridad que ha padecido esta semana el centro del estado ha provocado un daño colateral en el sur de la entidad, y la saturación de información sin verificar se enquista como un cáncer que genera sicosis en la población.

Es la barbarie disfrazada de guerra. Los reportes han brincado como una plaga que carcome a una sociedad sorprendida, pero a la vez ya acostumbrada, a la violencia que históricamente ha vivido Sinaloa.

En este contexto, el flujo informativo falso que circula en redes sociales ya rebasó a las autoridades, que poco a nada pueden hacer para contener la mentira.

Sí, la violencia explotó esta semana entre las dos facciones del Cártel de Sinaloa en su territorio, para cada vez parece trasladarse a otros territorios, más hacia el sur del estado, cuya vocación económica es, ante todo, principalmente turística.

Si esa violencia desborda llegase, por ejemplo, a Mazatlán, impactaría en toda la cadena del sector turístico en el puerto. ¿Por qué? Porque gran parte del flujo turístico hacia el puerto proviene del centro y norte del estado, y la única manera en que llegan es por la autopista Mazatlán-Durango, que en los últimos días ha sido testigo de bloqueos que impiden el paso en ambas direcciones.

Por más que el Gobernador Rubén Rocha Moya asegure panoramas de tranquilidad porque esa violencia está focalizada, la verdad es que comienza a extenderse a otras regiones del estado.

En el caso del sur, el reporte de un enfrentamiento sin confirmación oficial en los altos de Concordia este jueves circuló y generó la sicosis de que esa violencia ya amenazaba con llegar a Mazatlán, mientras que por la noche la presencia de ponchallantas, municiones y el incendio de varios transportes en el túnel El Sinaloense en la supercarretera hacia Durango acrecentó el temor de la población porteña.

Seguridad al garete en Sinaloa

La guerra por venir en Sinaloa no llegó en jueves, pero pareció que todos los días de la semana pasada, fueron jueves: las maquinarias bélicas de las facciones de Los Chapitos y del hijo de Ismael “El Mayo” Zambada se lanzaron a la pugna abierta, aunque fuentes de seguridad señala, que todavía no llega la “madre de todas las batallas”.

No se trata de una guerra normal, sino una que se libra tanto en el campo, la ciudad y las sindicaturas, pero que pudiera extenderse a otras regiones del estado, incluso del país. Todo dependerá del poder de convocatoria que tengan ambos grupos, del dinero que tenga cada facción y de las estrategias y la capacidad de conseguir armas y personal para sus fines.

Lo que sí no es extraño es que, tras una semana de este conflicto que ha lacerado a la sociedad sinaloense y ha golpeado económicamente los diferentes sectores, los gobiernos de los tres niveles parecen pasmados, por ejemplo el Gobierno federal encabezado por López Obrador, optó por la vieja retórica de siempre: negar la gravedad del problema, y llamó a los grupos a hacerle caso de que ya no se enfrenten.

Retórica rancia, la misma con la que acribilló a los ciudadanos el gobernador Rubén Rocha Moya, cuya imagen en las redes sociales quedó por los suelos, por la mala gestión de la crisis de seguridad y su pésima forma de comunicar.

Ciudadanos dejados a su suerte, la reacción del Estado en medio de la crisis básicamente se enfocó en tres cosas: suspender las clases, cancelar la fiesta del Grito y admitir a golpe de exigencia social, que los eventos pueden extenderse a otras regiones de la entidad.

Sobre cómo recuperar la economía y cómo enfrentar el verdadero problema, nada. Ni el Ejército ni la Marina ni la Guardia Nacional, es notorio, han desplegado una operación para atacar la causa del problema, Culiacán sigue siendo territorio minado, si bien los homicidios no han ido a la alza, lo que sí están golpeando son los “levantones”.

Y ya sabemos lo que ocurre en este tipo de pugnas criminales: las desapariciones aumentan, los delitos patrimoniales que afectan a miles de familias, y sobre todo, nadie habla de los daños emocionales que marcan a quienes vivimos bajo el fuego de los cárteles.

De ahí, por ejemplo, que muchos comerciantes no abrieron sus locales cuando el gobernador aseguró que podían hacerlo, sencillamente porque se pierde la confianza. Es un hecho que la guerra entre ambos bandos seguirá,con sus momentos de tregua necesaria, y el tamaño de la guerra se medirá por el tamaño de las complicidades subrepticias que existen en el trasfondo estatal. Al tiempo.

Sin vivirla, la inseguridad que ha padecido esta semana el centro del estado ha provocado un daño colateral en el sur de la entidad, y la saturación de información sin verificar se enquista como un cáncer que genera sicosis en la población.

Es la barbarie disfrazada de guerra. Los reportes han brincado como una plaga que carcome a una sociedad sorprendida, pero a la vez ya acostumbrada, a la violencia que históricamente ha vivido Sinaloa.

En este contexto, el flujo informativo falso que circula en redes sociales ya rebasó a las autoridades, que poco a nada pueden hacer para contener la mentira.

Sí, la violencia explotó esta semana entre las dos facciones del Cártel de Sinaloa en su territorio, para cada vez parece trasladarse a otros territorios, más hacia el sur del estado, cuya vocación económica es, ante todo, principalmente turística.

Si esa violencia desborda llegase, por ejemplo, a Mazatlán, impactaría en toda la cadena del sector turístico en el puerto. ¿Por qué? Porque gran parte del flujo turístico hacia el puerto proviene del centro y norte del estado, y la única manera en que llegan es por la autopista Mazatlán-Durango, que en los últimos días ha sido testigo de bloqueos que impiden el paso en ambas direcciones.

Por más que el Gobernador Rubén Rocha Moya asegure panoramas de tranquilidad porque esa violencia está focalizada, la verdad es que comienza a extenderse a otras regiones del estado.

En el caso del sur, el reporte de un enfrentamiento sin confirmación oficial en los altos de Concordia este jueves circuló y generó la sicosis de que esa violencia ya amenazaba con llegar a Mazatlán, mientras que por la noche la presencia de ponchallantas, municiones y el incendio de varios transportes en el túnel El Sinaloense en la supercarretera hacia Durango acrecentó el temor de la población porteña.

Seguridad al garete en Sinaloa

La guerra por venir en Sinaloa no llegó en jueves, pero pareció que todos los días de la semana pasada, fueron jueves: las maquinarias bélicas de las facciones de Los Chapitos y del hijo de Ismael “El Mayo” Zambada se lanzaron a la pugna abierta, aunque fuentes de seguridad señala, que todavía no llega la “madre de todas las batallas”.

No se trata de una guerra normal, sino una que se libra tanto en el campo, la ciudad y las sindicaturas, pero que pudiera extenderse a otras regiones del estado, incluso del país. Todo dependerá del poder de convocatoria que tengan ambos grupos, del dinero que tenga cada facción y de las estrategias y la capacidad de conseguir armas y personal para sus fines.

Lo que sí no es extraño es que, tras una semana de este conflicto que ha lacerado a la sociedad sinaloense y ha golpeado económicamente los diferentes sectores, los gobiernos de los tres niveles parecen pasmados, por ejemplo el Gobierno federal encabezado por López Obrador, optó por la vieja retórica de siempre: negar la gravedad del problema, y llamó a los grupos a hacerle caso de que ya no se enfrenten.

Retórica rancia, la misma con la que acribilló a los ciudadanos el gobernador Rubén Rocha Moya, cuya imagen en las redes sociales quedó por los suelos, por la mala gestión de la crisis de seguridad y su pésima forma de comunicar.

Ciudadanos dejados a su suerte, la reacción del Estado en medio de la crisis básicamente se enfocó en tres cosas: suspender las clases, cancelar la fiesta del Grito y admitir a golpe de exigencia social, que los eventos pueden extenderse a otras regiones de la entidad.

Sobre cómo recuperar la economía y cómo enfrentar el verdadero problema, nada. Ni el Ejército ni la Marina ni la Guardia Nacional, es notorio, han desplegado una operación para atacar la causa del problema, Culiacán sigue siendo territorio minado, si bien los homicidios no han ido a la alza, lo que sí están golpeando son los “levantones”.

Y ya sabemos lo que ocurre en este tipo de pugnas criminales: las desapariciones aumentan, los delitos patrimoniales que afectan a miles de familias, y sobre todo, nadie habla de los daños emocionales que marcan a quienes vivimos bajo el fuego de los cárteles.

De ahí, por ejemplo, que muchos comerciantes no abrieron sus locales cuando el gobernador aseguró que podían hacerlo, sencillamente porque se pierde la confianza. Es un hecho que la guerra entre ambos bandos seguirá,con sus momentos de tregua necesaria, y el tamaño de la guerra se medirá por el tamaño de las complicidades subrepticias que existen en el trasfondo estatal. Al tiempo.