El hallazgo de más cuerpos en fosas clandestinas en el puerto, en el actual contexto de desapariciones registradas en los últimos dos meses, no augurada nada nuevo. Es la barbarie disfrazada de guerra.
Todos los mazatlecos se enteran a diario de nuevas desapariciones y solo esperan no ser ellos los siguientes o algún familiar.
Desde las autoridades se acepta el descontrol de este delito, pero hasta momento poco o nada se ha hecho más que llevar la contabilidad de los casos para la estadística.
Algunas desaparecidas y desaparecidos han vuelto a casa con sus familias, y con ello alivian el dolor y la angustia que vivieron durante horas, días, semanas.
Sería irresponsable decir que todas estas desapariciones tienen relación directa con la violencia que brotó el 9 de septiembre en el centro de estado, pero sirven de pretexto a las autoridades para que queden en la impunidad.
La zona de Miravalles es un “panteón histórico” de desapariciones.
Se tiene documentado, al menos desde 2008, durante la primera gran “narcoguerra” que ha vivido Sinaloa en su historia reciente, que era el terreno en que se iban a tiras los cuerpos de personas levantadas y luego asesinadas que presumiblemente trabajaban para facciones de los cárteles de la droga que operaban en el puerto.
Esta crisis de desapariciones deriva de muchas cosas, pero el estado tiene la obligación de encontrar a las personas y no esperar a que colectivos de madres rastreadoras lo hagan. Eso es aplicar el estado derecho.
No hay sociedad sin justicia ni gobierno que se perpetúe por la indiferencia.
Un ’10’ a los municipales
Aplausos para policías municipales del Centro Histórico de Mazatlán por haberse encontrado un teléfono de alta gama y regresarlo a su dueño, un turista de Guadalajara.
Este tipo de acciones hacen que el ciudadano recupere la confianza en ellos.