/ domingo 10 de noviembre de 2024

¿Qué esperar de la tirolesa y el Crestón?

La Administración del Sistema Nacional Portuario en Mazatlán parece tener más información sobre la polémica tirolesa, que el propio concesionario de este atractivo marismeño que aún no está en operaciones.

O si nos ponemos más agudos, la Asipona parecer contener los embates de quienes cuestionan el modo en que le fue concesionado un espacio en el cerro del Crestón a Amado Guzmán para construir la tirolesa.

Ambientalistas porteños no se cansan de cuestionar la tirolesa ante la mudez del concesionario, que parece tener un acuerdo con la dependencia federal para que sea ésta quien actúe como vocera de la tirolesa.

Después de cada encontronazo en medios de comunicación y en redes sociales, los amparos interpuestos y suspensiones del Ayuntamiento contra este atractivo fueron desechados en los juzgados de distrito del puerto y la obra siguió su curso.

Los constantes llamados a que el Gobierno federal decretara el cerro del Crestón área natural protegida no prosperaron y el patronato del Faro Natural les dejó tirada la chamba porque no quería formar parte de esa depredación que los ecologistas dijeron que se cometía en los linderos del cerro por la obra.

Desde el Ayuntamiento lo único que se pudo hacer fue suspender la obra por unos días, pero al no tener facultad ni jurisdicción sobre el cerro tuvo que hacerse a un lado y permitir que la obra siguiera con el aval de la Asipona.

Los colectivos ciudadanos y ambientalistas, al ver que sus exigencias se perdían en reclamos sordos, bajaron la intensidad de su repudio, por lo menos de manera pública.

Y como canta Joaquín Sabina: “Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”, los reclamos ciudadanos que quedaron “donde habita el olvido”.

En este atractivo no se han ejercido recursos públicos, pues es un obra 100 por ciento con respaldo financiero privado, pero se trata de un espacio con acceso público que es usado tanto por porteños como turistas para realizar ejercicio o admirar la inmensidad del Océano Pacífico.

En una de esas sin que nos demos cuenta, el acceso se privatiza con el fin de que sea exclusivo para la tirolesa.

La Administración del Sistema Nacional Portuario en Mazatlán parece tener más información sobre la polémica tirolesa, que el propio concesionario de este atractivo marismeño que aún no está en operaciones.

O si nos ponemos más agudos, la Asipona parecer contener los embates de quienes cuestionan el modo en que le fue concesionado un espacio en el cerro del Crestón a Amado Guzmán para construir la tirolesa.

Ambientalistas porteños no se cansan de cuestionar la tirolesa ante la mudez del concesionario, que parece tener un acuerdo con la dependencia federal para que sea ésta quien actúe como vocera de la tirolesa.

Después de cada encontronazo en medios de comunicación y en redes sociales, los amparos interpuestos y suspensiones del Ayuntamiento contra este atractivo fueron desechados en los juzgados de distrito del puerto y la obra siguió su curso.

Los constantes llamados a que el Gobierno federal decretara el cerro del Crestón área natural protegida no prosperaron y el patronato del Faro Natural les dejó tirada la chamba porque no quería formar parte de esa depredación que los ecologistas dijeron que se cometía en los linderos del cerro por la obra.

Desde el Ayuntamiento lo único que se pudo hacer fue suspender la obra por unos días, pero al no tener facultad ni jurisdicción sobre el cerro tuvo que hacerse a un lado y permitir que la obra siguiera con el aval de la Asipona.

Los colectivos ciudadanos y ambientalistas, al ver que sus exigencias se perdían en reclamos sordos, bajaron la intensidad de su repudio, por lo menos de manera pública.

Y como canta Joaquín Sabina: “Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”, los reclamos ciudadanos que quedaron “donde habita el olvido”.

En este atractivo no se han ejercido recursos públicos, pues es un obra 100 por ciento con respaldo financiero privado, pero se trata de un espacio con acceso público que es usado tanto por porteños como turistas para realizar ejercicio o admirar la inmensidad del Océano Pacífico.

En una de esas sin que nos demos cuenta, el acceso se privatiza con el fin de que sea exclusivo para la tirolesa.