Joseph A. Schumpeter, notable economista de origen austriaco, caracterizó a la democracia como un “sistema institucional, para llegar a decisiones políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir en medio de una lucha de competencia por el voto”.
En esta misma línea de pensamiento, el eminente filósofo de la ciencia y la política Karl R. Popper, nacido también en Austria, señaló que la democracia es un marco institucional que hace imposible el advenimiento de la tiranía y permite a la sociedad liberarse de gobiernos “sin derramamiento de sangre, por ejemplo, por medio de elecciones generales”.
Como podemos advertir, la democracia se sustenta ante todo en instituciones sólidas y confiables, que existen para garantizar la elección de gobernantes, a través de la competencia equitativa entre partidos políticos y la realización de comicios libres, imparciales y transparentes.
La experiencia internacional ha demostrado suficientemente, que la sustentabilidad y calidad de la democracia depende, en mucho, del diseño y funcionamiento de las instituciones públicas, en primer lugar de aquellas que garantizan elecciones libres.
Norberto Bobbio, otro de los grandes teóricos del derecho y la política, afirmó que la democracia no es otra cosa que un conjunto de procedimientos y “reglas del juego”, que son acatadas por los actores políticos más relevantes, especialmente los partidos, que aceptan competir bajo dichas reglas para acceder legítimamente el gobierno.
En el caso de México, podemos decir que nuestra transición a la democracia se resume en buena medida en un esfuerzo, pasmoso y gradual, pero persistente y acumulativo, encaminado precisamente a construir instituciones y reglas que garantizarán comicios libres y equitativos.
Lo anterior, se logró a través de sucesivas reformas a la constitución y a las leyes electorales, que fueron el producto, en mayor o menor grado, del consenso alcanzado entre los partidos políticos, para perfeccionar el marco institucional de la competencia electoral.
Nuestra larga transición a la democracia, culminó en el momento en que los actores políticos, el gobierno y los partidos, lograron un acuerdo sobre las reglas del juego y éstas se pusieron en funcionamiento, ganando credibilidad y confianza y demostrando eficacia.
Un momento clave en este proceso lo representó la creación del Instituto Federal Electoral (IFE), que se convertirá en Instituto Nacional Electoral (INE), el cual se define como un órgano constitucional autónomo y ciudadanizado, responsable de organizar las elecciones.
El funcionamiento del Instituto Nacional Electoral no ha sido ciertamente impecable, pero no hay duda que el INE encarna uno de los mejores esfuerzos y frutos de construcción institucional en nuestra transición a la democracia, que ha ganado un reconocimiento y prestigio internacional. Estamos hablando de la joya del cambio político en México.
Gracias al INE, fuimos superando la cultura del fraude electoral, quedó atrás la desconfianza y la sospecha sobre los resultados de los comicios, y entramos a una nueva etapa de la competencia política, donde se fue imponiendo gradualmente la legalidad y la certeza en el respeto a la voluntad ciudadana expresada en las urnas.
Por ello, resulta totalmente inadmisible la furiosa campaña de ataques y denostación que se ha emprendido en contra del INE desde la presidencia de la república.
Andrés Manuel López Obrador, ha demostrado ser un hombre que acumula rencores y revanchismo. Ya es presidente, pero sigue anclado en el pasado. Está convencido que el INE fue parte de la “mafia del poder” que se confabuló para vencerlo a través de fraudes electorales, que nunca demostró, en las elecciones del 2006 y 2012.
Para el presidente de la república, el INE representa un “supremo poder conservador”, ante lo cual él se asume como el “guardián de las elecciones”, una atribución que no le corresponde.
Es lamentable y muy peligroso, que desde el poder presidencial se ponga en duda al árbitro de la contienda electoral, porque con ello se erosiona la confianza en una pieza clave del andamiaje institucional en que descansa nuestra democracia.
Y más grave aún, que como ventrílocuo el dirigente nacional de Morena convoque a exterminar al INE, secundado por la secretaria de gobernación y por un antiguo miembro de la “mafia del poder” y hoy magnate purificado como aliado de la Cuarta Transformación.
Conviene preguntar: ¿cuál es el propósito de la embestida de López Obrador y de Morena en contra del INE? ¿Será esto una expresión de su fobia a todo lo que signifique independencia y autonomía? ¿O estamos ya ante la preparación de la conquista y colonización del INE? ¿La 4T quiere una autoridad electoral a modo? ¿Se busca regresar a la época en que el gobierno organizaba los comicios? ¿O será acaso que se quiere reeditar anticipadamente la vieja narrativa del “fraude electoral” ante la posibilidad de que los resultados de los comicios del 2011 no sean los que espera y desea el inquilino de palacio nacional?
Cualquiera que sean los motivos, nada justifica la agresión contra el INE, una institución que debemos defender como conquista ciudadana imprescindible en nuestra vida democrática. Ya veremos si el INE logra sobrevivir al impresionante proceso de destrucción institucional en que se ha empeñado la 4T.