Mazatlán, Sin. Todo empezó cuando Víctor Manuel Ruiz, actual director artístico de la escuela, tuvo un sueño: tener su escuela de danza. En compañía de la bailarina y coreógrafa, Claudia Lavista, empezaron a tejer y a armar su camino, hasta que lograron tener una de las mejores escuelas de danza profesional en Latinoamérica.
Esta visión del maestro Ruiz no venía sola, antes de ser director de su escuela de danza, creó, fue y sigue siendo director artístico de La Compañía Delfos, grupo artístico reconocido internacionalmente, se han presentado en cada continente. Tan sólo seis ciudades de México fueron anfitrionas de una compañía profesional de danza contemporánea, y Mazatlán es parte de las pioneras.
Cuando la compañía se radicó acá en esta ciudad hace aproximadamente 21 años, cuenta el maestro, esta ciudad lo enamoró: “Este sitio es un lugar especial, la ciudad nos ofrece a nosotros y a los estudiantes un paraíso cerca del mar, les da la oportunidad de pensar y hacer danza todo el día; de cierta forma, Mazatlán te brinda esa sensación de retiro, para ir construyendo tu propia realidad”.
A lo largo de todos estos años, en la Escuela Profesional de Danza de Mazatlán han aplicado 1,900 bailarines y se han graduado 180, es una carrera que requiere de disciplina y entrega al 100%. Quienes logran la excelencia tienen el privilegio de poder llevar la imagen, calidad de esta institución, sus ciudades de origen y poner el nombre del puerto en lo más alto.
¿En qué momento esta escuela llegó a tener reconocimiento a nivel internacional? El maestro Ruiz afirma que la compañía Delfos ha sido un gran referente para la escuela a nivel internacional. “La compañía promueve la licenciatura en todos los países que visita. Además, todos los bailarines de la compañía y maestros son egresados de la Escuela Profesional de Danza de Mazatlán”, afirma.
Actualmente en la escuela hay alrededor de 55 alumnos estudiando la licenciatura en Danza Contemporánea, y 8 son extranjeros. Los alumnos vienen desde Guatemala, Costa Rica, Ecuador, Colombia, Brasil, Estados Unidos y República Checa. Cada estudiante es una persona especial, desde el momento que es aceptado por todos nosotros en la escuela, empieza un compromiso en su formación, y a los directores y maestros de la escuela les interesa que el arte los transforme en mejores seres humanos, en que puedan generar un sentido de comunidad, de empatía y sobre todo que empiecen a tejer lazos poderosos entre sus compañeros, cuenta Ruiz.
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Gracias a la música conoció la danza
Jonathan Rivas, oriundo de Ciudad de Guatemala, se convierte en el primer alumno de este país en audicionar y estudiar en la EPDM. Conoció la escuela por dos mexicanas que habían terminado aquí sus estudios: Noemí Sánchez y Elisa Medina asistieron a un festival de danza contemporánea en Guatemala, llamado Rambla festival, hace unos años atrás, y allí estas dos bailarinas le contaron a Jonathan sobre la Escuela Profesional de Danza de Mazatlán.
Este guatemalteco actualmente cursa segundo año en la EPDM, conoció la danza cuando tenía 14 años y estudió música como carrera profesional antes de venir a México. Después de entrar a la Escuela Normal de Música en Ciudad de Guatemala, por iniciativa de una compañera de clases, entra a la clase de prueba del programa extracurricular de danza. “Me gustó tanto que decidí quedarme. La danza me dio seguridad, libertad y gozo. Hice música y teatro antes, pero con ninguna disciplina me sentí igual de apasionado que con la danza. Con ella conocí mi cuerpo, me volví más activo, empecé a sonreír más. La danza me hizo ser más yo”, señala Rivas.
El músico y bailarín confiesa que a corto plazo sus planes son establecer conexiones con otros artistas, que sus procesos creativos maduren y consolidarse como un creador. En tres años, cuando se gradúe, desea volver a Guatemala y fundar un espacio dedicado a la profesionalización de los artistas de la danza en su país, recalca que este lugar debe brindar oportunidades de sensibilización y crecimiento a niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad.
Esta ciudad es una especie de área de retiro que da la oportunidad de encontrarse a sí mismo, perderse y volverse a encontrar con la diferencia de estar más seguro, fuerte y maduro, dice el músico y bailarín de segundo año de la Escuela Profesional de Danza de Mazatlán, Jonathan Rivas.