/ domingo 12 de marzo de 2023

Omara Portuondo se despide de México con mucho sabor

Omara regresó y los gritos de amor le fueron cayendo como a quien le caen rosas del cielo, a los que ella respondía con sonrisas y gestos de aprobación

Al ritmo de un buen son cubano, entre el rico sabor del tumbao en el piano, las congas y el contrabajo, seguidos por el aplauso acompasado del público, la cantante Omara Portuondo entró por su propio pie al escenario del Teatro Esperanza Iris para ofrecer el único concierto en Ciudad de México de su gira internacional de despedida Vida.

“Buenas noches, ciudad de México, para nosotros es una alegría y un amor inmenso estar aquí para ustedes, porque estamos ante una de las artistas más importantes del continente, de toda Latinoamérica. Ella es una persona inigualable, que sigue en los escenarios brindado su arte y su vida”, dijo Roberto Fonseca, el considerado uno de los mejores pianistas cubanos, quien acompaña a Omara en su tour.

Te recomendamos: El Método: Ignacio López Tarso y su relación con Seki Sano, padre del teatro de México (Video)

Cuanta pasión, cuanta alegría y cuanta emoción compartió desde su corazón la cantante a sus 92 años, sentada en su silla de mimbre, como “la reina del filin”, que siempre ha sido. Desde la primera canción sorprendió la fuerza de su voz, al interpretar el tema de cuna afrocubana del compositor EliseGrenet, “Drume Negrita”.

Luego, marcando su propio ritmo con los pies que se achicaban bajo la silla, Omara pasó a catar aquella desesperada solicitud caribeña de amor que compuso José Antonio Méndez ―con quien compartió escenario en más de una ocasión―, “Y decídete amor”: “Dime qué es lo que te pasa/ que temor tu pecho abraza/ quiéreme así, con frenesí,/mi amor, como yo a ti”.

Ah, pero como aplaudieron los presentes que llenaron las tres paltas del teatro que se iluminaba de pronto por entero, cuando escucharon los versos “Solamente una vez amé en la vida/, solamente una vez y nada más…”, del nuestro “Flaco de oro”, Agustín Lara. Fue una versión fresca, tropical y llena de jazz.

A estas canciones siguieron “Noche cubana”, “Tal vez”, para que luego la cantante hiciera una breve pausa. Mientras los músicos, bajo la tutela de Fonseca, ofrecieron una virtuosa interpretación instrumental de la canción “Gandinga, Mondongo y Sandunga”, del pianista Frank Emilio Flynn. Vaya combinación del caribe y las calles de Nueva York.

Omara regresó y los gritos de amor le fueron cayendo como a quien le caen rosas del cielo, a los que ella respondía con sonrisas y gestos de aprobación.

“Omara, Omara, ya eres mexicana”, alguien gritó. Luego pasó a cantar esa resignada canción “Veinte años”, que alguna vez interpretó con Buena Vista Social Club; y el clásico “Quizás, quizás, quizás”, del cubano Osvaldo Farrés.

Luego, fue el himno cubano “Lágrimas negras”, con el Omara se puso a improvisar: “Yo no tengo la culpa, yo no tengo la culpita de que me digan ‘Oh, Omara’, pero qué sabrosura”.

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La velada del sábado 11 de marzo terminó con “Bésame mucho”, de Consuelito Velázquez, con la que Omara puso a bailar a todos desde sus asientos, los asistentes se pusieron de pie para despedir a la “leyenda del filin” en México. Ella seguía cantando “cha-cha-chá” y solo gritó “¡Viva Cuba”.

Al ritmo de un buen son cubano, entre el rico sabor del tumbao en el piano, las congas y el contrabajo, seguidos por el aplauso acompasado del público, la cantante Omara Portuondo entró por su propio pie al escenario del Teatro Esperanza Iris para ofrecer el único concierto en Ciudad de México de su gira internacional de despedida Vida.

“Buenas noches, ciudad de México, para nosotros es una alegría y un amor inmenso estar aquí para ustedes, porque estamos ante una de las artistas más importantes del continente, de toda Latinoamérica. Ella es una persona inigualable, que sigue en los escenarios brindado su arte y su vida”, dijo Roberto Fonseca, el considerado uno de los mejores pianistas cubanos, quien acompaña a Omara en su tour.

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Cuanta pasión, cuanta alegría y cuanta emoción compartió desde su corazón la cantante a sus 92 años, sentada en su silla de mimbre, como “la reina del filin”, que siempre ha sido. Desde la primera canción sorprendió la fuerza de su voz, al interpretar el tema de cuna afrocubana del compositor EliseGrenet, “Drume Negrita”.

Luego, marcando su propio ritmo con los pies que se achicaban bajo la silla, Omara pasó a catar aquella desesperada solicitud caribeña de amor que compuso José Antonio Méndez ―con quien compartió escenario en más de una ocasión―, “Y decídete amor”: “Dime qué es lo que te pasa/ que temor tu pecho abraza/ quiéreme así, con frenesí,/mi amor, como yo a ti”.

Ah, pero como aplaudieron los presentes que llenaron las tres paltas del teatro que se iluminaba de pronto por entero, cuando escucharon los versos “Solamente una vez amé en la vida/, solamente una vez y nada más…”, del nuestro “Flaco de oro”, Agustín Lara. Fue una versión fresca, tropical y llena de jazz.

A estas canciones siguieron “Noche cubana”, “Tal vez”, para que luego la cantante hiciera una breve pausa. Mientras los músicos, bajo la tutela de Fonseca, ofrecieron una virtuosa interpretación instrumental de la canción “Gandinga, Mondongo y Sandunga”, del pianista Frank Emilio Flynn. Vaya combinación del caribe y las calles de Nueva York.

Omara regresó y los gritos de amor le fueron cayendo como a quien le caen rosas del cielo, a los que ella respondía con sonrisas y gestos de aprobación.

“Omara, Omara, ya eres mexicana”, alguien gritó. Luego pasó a cantar esa resignada canción “Veinte años”, que alguna vez interpretó con Buena Vista Social Club; y el clásico “Quizás, quizás, quizás”, del cubano Osvaldo Farrés.

Luego, fue el himno cubano “Lágrimas negras”, con el Omara se puso a improvisar: “Yo no tengo la culpa, yo no tengo la culpita de que me digan ‘Oh, Omara’, pero qué sabrosura”.

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La velada del sábado 11 de marzo terminó con “Bésame mucho”, de Consuelito Velázquez, con la que Omara puso a bailar a todos desde sus asientos, los asistentes se pusieron de pie para despedir a la “leyenda del filin” en México. Ella seguía cantando “cha-cha-chá” y solo gritó “¡Viva Cuba”.

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