Mazatlán, Sin. Un olor putrefacto recibe a todo aquel que visita el basurón de Mazatlán, Por los alrededores hay algunas casitas, sus cimientos están hechos de palos de madera y ramas de árboles, retazos de hule y bolsas negras como techo, además de sábanas, mantas y cartones como paredes. A sus alrededores no hay un jardín con flores, ni un patio, sólo basura, mucha basura.
En este sitio diariamente se vierten entre 600 y 800 toneladas de desechos que se generan en la ciudad. Algunos, por la necesidad de un trabajo, y otros porque se dieron cuenta del gran negocio que es separar y reciclar la basura, decidieron meter sus manos entre los desperdicios, y aunque es una labor menospreciada y difícilmente aceptada socialmente, los famosos “pepenadores” realizan el “trabajo sucio” que otros dejan de lado.
Es mediodía, el cielo está despejado y la radiación solar es intensa. Ahí está Tomasa Díaz, originaria de Nayarit, su experiencia como pepenadora es corta, apenas tiene tres años y es compañera de aproximadamente 500 pepenadores, entre ellos su esposo y su hija.
Su piel tostada por los rayos del sol y su cara visiblemente marcada por las arrugas y líneas de expresión no revelan sus escasos 47 años de edad; llevaba puesta una vestimenta sencilla y manchada, sus zapatos, que en algún momento fueron blancos, hoy están todos percudidos, una gorra roja y un retazo de blusa como pañuelo posan sobre su cabeza.
“Ahorita hay poquitos porque está fuerte el sol y no deja trabajar, ya en la noche es cuando vienen más, compramos lámparas para aluzarnos”, dijo.
- Pero, ¿no es peligroso de noche?
“Sí, mucho, hay mucho loco, de noche está muy peligroso, pero es cuando más material podemos encontrar, hay que tomar riesgos, es la forma de vivir para llevar algo a la familia”.
Botellas de plástico, botes de aluminio, latas de acero inoxidable, cartón y todo lo que se pueda reciclar recolecta Tomasa y su familia. En una dura jornada han logrado juntar hasta 400 kilos de plástico PET.
“Empezamos como o a las 10:00 de la mañana y trabajamos unas dos o tres horas seguiditas, cuando ya no llegan los carros (camiones recolectores de basura) aprovechamos para descansar”.
- Y ¿qué la trajo hasta este lugar?
“La necesidad, va uno y busca trabajo y no encuentra, tiene uno que venir aquí. Le batallamos, en tiempo de lluvia no se puede ni caminar. Al olor ya me acostumbré, al principio ni podía respirar, sentía que me ahogaba”.
- Las "casitas" ¿viven ustedes ahí?
“Hay mucha gente que aquí se queda, no se van, pero nosotros no vivimos aquí, vamos y venimos”.
Después se volteó y señalando a la parte alta del cerro que se encontraba a sus espaldas, dijo: “Allá esta mi campamentito, el de arriba, lo construimos para quedarnos”.
Las condiciones en las que los pepenadores desarrollan esta actividad son riesgosas e insalubres. Resisten al frío, calor, viento, lluvia y al fétido olor; se exponen a contraer una enfermedad infecciosa, a ser agredidos por un animal, incluso por alguno de sus mismos compañeros, pues las peleas por el material nunca faltan.
“Gracias a Dios que nunca me he enfermado de nada y ahora que anda todo eso del coronavirus pues estamos un poco más alertas”.
-¿Aquí no se cuidan contra el Covid?
“Algunos traemos cubrebocas y guantes, pero entre el calor y el sudor es insoportable llevarlo puesto”.
-¿No les da miedo contagiarse?
“Le digo a mi niña ¿tú crees que uno aquí no corre el riesgo?, supuestamente nos dicen que no vayamos al Centro, que de lejitos, y mira dónde andamos. Solamente Dios sabe, él nos cuida, ahí donde andamos corre uno todo el riesgo".
Revisando entre los deshechos se ha encontrado hasta basura agusanada, animales muertos, objetos afilados, residuos hospitalarios, es por eso que ahora, más que nunca, tiene cuidado de lo que va a tocar con sus manos.
Tomasa explica que hasta el momento nadie se ha acercado a ellos para informarles acerca del coronavirus, mucho menos para darles artículos para su cuidado contra la enfermedad.
“Nosotros tenemos que comprar los cubrebocas con nuestro propio dinero, ellos (autoridad) nos dicen que uno se tiene que cubrir y todo eso. Trata uno, pero aquí no hay nada de la sana distancia y gel antibacterial”, explicó.
Aunque el riesgo es latente, Tomasa asegura que ninguno de sus compañeros se ha contagiado o por lo menos no han presentado los síntomas y que es más probable que les pique un animal a que contraigan coronavirus.
Ser pepenador es un oficio difícil, que además implica discriminación. Independientemente del Covid-19, estas personas no tienen medidas de protección, sin embargo, este modo de trabajo se ha convertido en la única forma de salir adelante para ellos.
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