Mazatlán, Sin.- Mario Octavio Salas Rivera lleva el olor a cuero impregnado en su piel desde que era un niño. Él forma parte de la tercera generación de talabarteros de su familia y aunque aprendió el oficio casi casi desde que nació, apenas tiene 10 años al frente del negocio.
Su abuelo murió de 94 años, trabajando, su papá tiene 82 años y se retiró hace apenas dos a consecuencia de la pandemia del Covid-19. Desde entonces él se hizo cargo al 100 por ciento de la pequeña empresa familiar que ha visto crecer a sus tíos y hermanos en la sindicatura de La Noria.
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La Talabartería Salas es una de las cuatro que existen en la comunidad ubicada a 33 kilómetros del puerto; ahí se dedican a elaborar todos los artículos que se usan para montar y también funciona como la huarachería del poblado.
Alejo Salas Aguirre, su abuelo, fue el primer talabartero de La Noria; en aquellos primeros años sus trabajadores aprendieron gracias a él a elaborar huaraches, cintos y carteras. Con el paso del tiempo comenzaron a formar sus propios negocios, ahí mismo en la sindicatura.
"Lo hacemos prácticamente para mantener viva esta tradición, nosotros olemos a cuero y si no nos olemos así, se nos hace incomodo vivir, es la tradición de la familia, de mi abuelo, y queremos conservar tantos años de esfuerzos, aunque ya no sea un gran negocio como lo fue hace muchos años", dice.
Don Mario, de 50 años de edad, vivió varias décadas en Mazatlán, donde trabajó hasta como chofer de un camión urbano, pero hace algunos años su papá le pidió que regresara al pueblo a ayudarle con el negocio.
Comenta que con el paso del tiempo, las nuevas generaciones que realizan el oficio se han actualizado y algunos han cambiado totalmente el estilo y forma de trabajar, es por ello que tanto él como sus empleados han tenido que adaptarse a lo que ahora “está de moda”.
Los materiales que utilizan son de vaqueta, normalmente los colores tradicionales son de color hueso, pero ante las nuevas tendencias han tenido que pintar los huaraches, por lo que actualmente tienen una diversa gama de colores.
"La piel de res y de cerdo la conseguimos en Guadalajara, mi mercado más fuerte en sillas para montar es la sierra del municipio de Mazatlán, Concordia y Durango, que es donde vendemos casi toda la producción que hacemos".
Señala que el resurgimiento de las cabalgatas que se ha dado en el sur de Sinaloa en los últimos cuatro años ha detonado el trabajo, pues llegan a hacer hasta 70 sillas al año con solo nueve empleados, aunque no se compara con el que se tenía hace unas cuatro décadas, en sus mejores tiempos, cuando elaboraban alrededor de 400 sillas para montar al año con 70 empleados.
El tianguis dominical gastronómico y artesanal que se realiza en La Noria cada domingo ha cambiado la percepción del pueblo, al que antes se asociaba con la delincuencia y mucha gente acude a visitarlo. Eso ha ayudado mucho a la actividad, pues hay ventas para todos los que ofrecen este tipo de productos.
"Hay para todos, sin pelearnos, tenemos un acompañamiento que cuando te piden un producto y no lo tienes te apoyas con el otro para atender a los cliente para que no se vaya con una mala imagen".
Él es especialista en talabartería en general, con sus manos elabora objetos de piel, tales como huaraches, cinturones, bolsas y hasta sillas de montar.
“Yo sé hacer huaraches, cintos, bolsas y otros detalles que se llevan los turistas que nos visitan aquí en La Noria. A ellos les llama mucho la atención lo que hacemos porque en el momento ven cómo elaboramos el producto que se llevan”.
Don Mario menciona que gracias a su trabajo ha sacado adelante a sus dos hijos, aunque con un poco de tristeza reconoce que no continuarán con el legado familiar, pues a ninguno de ellos le interesó este oficio.
"No creo que vaya a haber cuarta generación, a mis dos hijos les dimos estudios, tienen su carrera y su trabajo, a ninguno le interesó este oficio, yo trabajaré lo que aguante y enseñaré a niños para que no muera esta tradición en La Noria, que es muy noble y que desde hace más de 100 años ha perdurado en el pueblo gracias a mi familia".
Ahí, entre las angostas calles que conforman el poblado y sus pintorescos paisajes y casas avejentadas, don Mario sigue fiel a la talabartería, un oficio que se niega a morir y que en pleno Siglo 21 sigue siendo, además de un ofició, un arte digno de admirar y cuyos productos traspasan las fronteras para venderse alrededor del mundo.