Culiacán, Sin.- A principios de los años noventa Adriana ya tenía preparación suficiente para prestar servicio en ambulancia. Tras 5 años de haber ingresado a Cruz Roja con apenas 14 años, la paramédico vivió uno de los servicios más amargos de su vida.
Iban con rumbo al norte de la ciudad, era semana santa y el verano sinaloense como siempre parecía adelantarse. Les avisaron de un niño que había caído a una alberca, eran una fiesta.
La sensación de tratar con pacientes menores es siempre distinta, es una responsabilidad mayor que se tiene que manejar de la mejor forma. Adriana y su equipo llegaron al lugar para encontrar un pequeño de 3 años empapado junto a la piscina.
Cayó al agua, no sabían desde cuándo. Los familiares lo sacaron pero no lo reanimaron, pues no sabían cómo. Adriana actuó rápidamente y comenzó a darle respiración y los ciclos de primeros auxilios. Quizás ya tarde, pero era peor no intentarlo.
Tras varios minutos de trabajo con los llantos de la madre a la espalda, Adriana pudo hacer reaccionar al pequeño; una victoria, algo que parecía imposible y o un caso perdido. Pero lo logró.
LA SALIDA
Salieron rápido al hospital, pues aunque estaba conciente, el niño necesitaba atención médica urgente. En minutos breves llegaron a la sala de urgencias y ahí entregaron al menor, consciente y despierto. Adriana exhaló y descansó.
El descanso le duró minutos, en esos años los servicios eran seguidos y donde estuviera la ambulancia es donde tenía que partir al llamado: un baleado al sur de la ciudad.
Salen rápidamente y Adriana se cambia el chip. Una nueva vida que salvar, y así recorren media ciudad para encontrar un sujeto sentado en la banqueta con varios disparos en el abdomen y piernas, pero está vivo y hasta platicando.
Lo canalizan y lo suben a la ambulancia, increíblemente el sujeto parece estar en buen estado a pesar de los disparos y llegan sin más de nuevo a urgencias. El médico recibe al herido y lo pasan rápidamente.
Adriana termina así otro servicio exitoso, toma algo de aire antes de irse pero da la vuelta y entra de nuevo a la sala. Le preguntó al médico sobre el niño que había traído hace unas horas, que si ya estaba bien. El médico en su prisa solo le contestó: "ahí está" haciendo un ademán con su cabeza.
Adriana voltea y no ve nada, vuelve a preguntar y el médico responde sin verla que ahí está. Que mire bien. El ritmo de la sala de urgencias no para y el rechinido de ruedas ensordese así como los lamentos anónimos de los pacientes.
La paramédico de 20 años mira con terror la mesa metálica frente a ella, el sudor frío le surca la espalda y su corazón le taladra el pecho: el niño estaba envuelto en una cobija, muerto.
Los llantos de la madre se escucharon casi al mismo tiempo que Adriana dio cuenta de lo que pasaba. Monse explicó que pasó, él estaba bien, estaba vivo y había sido sacado del paro. El drama de ver a un niño muerto frente a ti a nadie se olvida, la socorrista salió de la sala en silencio y se dirigió a la estación, a seguir con sus servicios, a seguir con su vida
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Era le edad que tenía Adriana cuando comenzó su carrera en la Benemérita Institución de salvamento.
SERVICIO MARCADO
Para la paramédica de Cruz Roja, este fue el servicio que más la ha marcado en todos los años en la institución.
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