Culiacán, Sin.- Adela Guadalupe cumplía 23 años, sus planes involucraban a su familia y una carne asada; eran los noventas y vivía la plenitud de su juventud sirviendo como socorrista en Cruz Roja.
Adela fue una de las precursoras de las primeras reuniones de ex socorristas que luego se convertirían en la coordinación de veteranos. Mujer dura y de gran convicción que se forjó en aquellos años donde la improvisación y humanidad sacaban adelante las crisis en la institución.
Era tarde ese 17 de noviembre, ella hacía algunas diligencias, junto a su prima, para preparar su festejo de cumpleaños; una tradicional parrillada al caer el sol y fiesta familiar. Iban conduciendo por la avenida Álvaro Obregón y en el cruce de Juan José Ríos, el auto se detuvo de golpe.
LA NARRACIÓN
El sol se despedía de Culiacán con su aliento anaranjado y vientos frescos de otoño; en el Hospital Pediátrico convergían muchas historias, y entre ellas estaba la de una anciana desgastada de caminar lento. Venía de un pueblo escondido en la sierra y esperaba noticias de su nieta, quien padecía algún tipo de cáncer que le iba robando la vida.
El padre de la niña, hijo de la anciana; se había ido a su pueblo por documentos, ropas y dinero. La mujer quedó a cargo mientras volvía y al caer la tarde pensó en conseguir algo de cenar, preguntó dónde y le indicaron que había un supermercado a unas cuadras, y partió a paso lento.
A sus ochenta y tantos años había salido poquísimas veces de su pueblo y desconocía el ritmo apurado de los autos que siempre llevaban prisa. Cruzaba las calles con toda la precaución que alcanzaba a tener, lenta y temerosa iba en búsqueda de alimentos.
Al llegar a la avenida Álvaro Obregón intentó cruzar cuando desde su costado miró de reojo un automóvil acercarse a gran velocidad, la impactó tan fuerte que fue arrojada varios metros y quedó tendida en el asfalto con la luz tungsteno de las farolas iluminando la sangre que le escurría.
Autos frenaron y peatones se asomaron, era una tragedia. El auto de Guadalupe Plascencia se orilló cuando miró el accidente a unos metros adelante, la socorrista bajó rápidamente para auxiliar a la anciana mientras que del auto que la impactó bajó una mujer nerviosa y culpable que no sabía qué hacer para ayudar.
Una mezcla de imprudencia y circunstancias hacían del hecho algo sumamente lastimoso; esa anciana no merecía terminar tirada en el concreto cuando su única intención era conseguir comida mientras su nieta se desvanecía en el hospital; aquella familia no necesitaba otra tragedia.
La socorrista tomó en sus brazos a la anciana, se percató que seguía con vida y estaba consciente. Se quería levantar para regresar con su nieta. Guadalupe le hizo preguntas y ella las respondía con toda la lucidez que podía, así supo pues, su situación.
Sangre escurriendo de sus oídos y sentir al tacto que el cráneo crujía, fueron indicios suficientes para que Guadalupe hiciera un diagnóstico de emergencia; fractura craneoencefálica que necesitaba pronto traslado a urgencias. Le pidió a la mujer que había atropellado a la anciana que llamara a una ambulancia pronto, que así podía ayudar.
EL FESTEJO
El festejo de Guadalupe Plascencia no podía seguir, sabiendo ella la situación de la anciana no podía irse y dejarla a merced de la burocracia. Cuando sus compañeros llegaron y se llevaron a la paciente en la ambulancia, ella subió a su coche y fue directamente al Hospital Pediátrico.
Ahí preguntó y dio señas, platicó el caso con una trabajadora social que pudo ubicar a quien se refería. Le dijo que esperaría al hijo para avisarle, que se fuera. Pero Guadalupe insistió en quedarse a mirar que hicieran eso, que contactaran a su familia.
Pero es su cumpleaños, le dijeron, váyase a su casa; nosotros nos encargamos. La paramédico fue firme y volvió a pedirles que hablaran con su familia, no podía dejar desamparada a esa anciana que se debatía en algún quirófano del hospital regional.
Tanta insistencia dio fruto, y la trabajadora social se comprometió a llamar a la sindicatura más cercana al pueblo de la anciana, y prometió llamarle cuando hubiera respuesta. Adela Guadalupe se fue pero sentenció que si no recibía noticias; volvería.
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La noche llegó y su festejo continuó, pero Adela estaba inquieta y ausente, platicó con su familia lo sucedido y le aplaudían su compromiso. Horas después sonó el teléfono y era la trabajadora social: se habían comunicado con el síndico y estaban a la espera de que llegara el hijo de la anciana, así le darían la noticia.
La paramédico agradeció la atención, ya no procuró que pasó con la anciana, era demasiado lastimoso el caso y las posibilidades de que sobreviviera eran pocas. Ella hizo todo lo que estuvo en sus manos y un poco más, demostrando que los valores tatuados en el peto de Cruz Roja se llevan más allá del uniforme.
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