/ sábado 21 de marzo de 2020

Crónicas de Ambulancia: El trenazo de San Marcial

En el año 1989 un choque de máquinas en Guasave con decenas de muertos sacó la humanidad y valor de Javier Sainz

Culiacán, Sin. - Todos sabemos cuando un silbido o grito es para uno. Estaba amaneciendo el 8 de agosto de 1989 cuando el claxon de una ambulancia disparó a la ventana de Javier Sainz, él abrió los ojos y supo que había una emergencia; que lo necesitaban.

50,24,P...

Emergencia grande, tren, personas: claves del argot del socorrista que gritó desde la ambulancia el chófer de apellido Gómez Muro. Javier se puso el pantalón caqui, una playera y con las botas en la mano salió corriendo por el pasillo de su casa.

La madre del socorrista se asomó con las manos apretadas y desabrochándose el mandil, y le preguntó que si era su hermano, que si algo le había pasado. Javier le contestó que no, que era el tren de pasajeros que se había volcado. Al rato vengo, le dijo.

Javier y Gómez Muro se reunieron con otra unidad en la estación, en ella iban socorristas igual de experimentados y valientes; un tal Jorge Inzunza que tenía ya en su experiencia algunos rescates imposibles. Señal de que el rescate del tren era algo grande.

En aquellos tiempos en Sinaloa existía todavía dos clases de trenes de pasajeros; el Tren Bala y "El Burro". El primero, de clase ejecutiva con cantina y demás comodidades. El segundo, por su nombre ya se entendía su accesibilidad y condición.

Cuando las unidades llegaron a la estación ferroviaria de Guamúchil, se coordinaron con las demás ambulancias de los poblados aledaños; los pasajeros del Tren Bala que estaba estacionado se asomaban con incertidumbre por las ventanas del tren para ver a los grupos de socorristas y ambulancias hechas bola en la estación; "pasó algo" murmuraban.

Foto: Archivo │ El Sol De Sinaloa

Emergencia

El último mensaje recibido de la máquina A del tren burro fue a las 04:25 horas, se habían accidentado pero no dijeron dónde. Salieron los más experimentados de los socorristas junto a los vehículos de la Comisión Nacional de Emergencias rumbo al norte por toda la vía ferroviaria. El plan era preguntar en cada comunidad si habían visto pasar al tren, si no era así, al siguiente.

Javier Sainz y su equipo pasaron cinco pueblos con ese ritmo y táctica hasta llegar a un pueblo de diez casas donde un hombre junto a una anciana en silla mecedora les confirmaron haber escuchado el tren hace unas horas.


Tú nos vas a acompañar para que nos digas hasta donde está la vía le dijeron al hombre del pueblo.


Tomaron el equipo de rescate y siguieron el rumbo hasta el probable sitio del accidente, pues por lógica el tren estaría entre ese pueblo y el anterior que habían sondeado.

Aparecieron como una macabra visión frente al equipo dos vagones del ferrocarril casi verticales y sumergidos parcialmente en el arroyo "Pichihuila" ubicado entre San Marcial y Estación Capomas. El puente cedió al paso de la máquina y se colapsó dejando 4 vagones en el fondo del arroyo y 5 más volcados pasando el puente.

Para ese día ya había llovido por más de una semana continua, una fuerte corriente de lodo y ramas arrastraba todo lo que tocaba el agua. Los socorristas comenzaron a actuar bajo la sorpresa de ver aquella hecatombe. Ligeros gritos y llantos se escuchaban de fondo y se confundían con la lluvia que caía rítmica sobre el metal de los vagones volcados.

De un lado del arroyo estaban las cuadrillas de socorristas de Culiacán, del otro lado las de Guasave. En coordinación estaban los efectivos de la CNE y demás voluntarios y sobrevivientes que se asomaron de la muerte para rescatar a sus familiares del lodo.

Javier y su equipo peinaron la zona en un rango de 2 kilómetros, la corriente del "Pichihuila" se llevaba los cadáveres y era tarea imperativa encontrarlos a todos o a la mayoría. La decisión de evaluar una escena fue y seguirá siendo cuestión de segundo y es por eso que el ojo entrenado de un socorrista vale más que cualquier manual de servicio.

Con el lodo hasta las rodillas y el agua a la cintura iba Javier Sainz sacando cadáveres del lodo; niños, niñas, hombres y mujeres de piel fría y rígidos. Una tarea dantesca que alguien tenía que hacer. Apilaban los muertos a la orilla mientras los pobladores los llevaban en caballo a San Marcial, el pueblo más cercano.

Foto: Jesús Verdugo │ El Sol De Sinaloa

Cuenta macabra

Diez, veinte... cien. La cuenta de los muertos se hizo insostenible pues durante días se estuvo sacando cuerpos del fango. La táctica era sencilla pero efectiva: Jorge Inzunza jalando una cuerda al frente, detrás, Javier y Gómez Muro amarrando los cadáveres para ir orillándolos.

La regla era que si Javier tiraba de la cuerda era porque había encontrado algo. Jorge Inzunza sintió un jalón, volteó hacia atrás y nada. Otro más, ¿qué traes pues? Le dijo Javier. Un tercer jalón y Jorge se giró para ver que no era el socorrista quien la tiraba, sino decenas de serpientes que cruzaban entre el agua y al pasar por la cuerda la tensaban.

Jorge Inzunza tiene fobia tremenda a las serpientes, dijo incluso que se estaba chingando de miedo, pero había que sacar a esa gente.

Los trabajos continuaron a ese ritmo, las pilas de muertos se comenzaron a podrir por la inaccesibilidad de la zona para los servicios forenses. El ministerio público sólo daba fe de cada llegada de los caballos cargada con 3 o 4 cuerpos.

Javier Sainz ya estaba exhausto y deshidratado para cuando encontró a aquella niña que no salió nunca de su memoria. De diez o doce años, con un vestido y botas blancas. Cuenta que cuando la sacó del fango toda ella estaba cubierta de lodos excepción de sus botas; blancas y brillantes.

Tras eso la mente de Javier quedó en blanco y asegura que tuvo una visión de esa niña caminado por el pasillo de "El Burro" presumiendo sus botas. Cuando regresó a la realidad, seguía fijo viendo esas botas pulcras y solo pensó: y sus botas no se ensuciaron.

Ese fue el límite de Javier, su reserva de voluntad y fuerzas se acabó. Comenzó a llorar de nostalgia y dolor ajeno, tanta muerte y tragedia junta no la puede nadie. Con su alma rota y la visión presente en su cabeza. Salió del fango y fue al pueblo donde estaban los cadáveres. Los acomodaba sin levantar la cabeza, para que nadie lo viera llorar.

Al final de la jornada nadie supo quién de los pobladores regaló una res, nadie supo quién la cocinó pero había comida para todos. Socorristas exhaustos, voluntarios llenos de lodo y nostalgia, soldados de ejército que había llegado a media tarde, todos compartiendo la cena en silencio, era una tragedia; un día negro para San Marcial y para México.

Te puede interesar: “No ordene la agresión en Sanalona” : Comandante Níquel

Trenazo

Ya pocos recuerdan en Sinaloa que hace 31 años sucedió uno de los peores choques de trenes del país.

Solo recuerdos

Actualmente ya no existen trenes de pasajeros, aquellos que viajaban hacia el norte con su paso nostálgico



Lee más aquí:

Culiacán, Sin. - Todos sabemos cuando un silbido o grito es para uno. Estaba amaneciendo el 8 de agosto de 1989 cuando el claxon de una ambulancia disparó a la ventana de Javier Sainz, él abrió los ojos y supo que había una emergencia; que lo necesitaban.

50,24,P...

Emergencia grande, tren, personas: claves del argot del socorrista que gritó desde la ambulancia el chófer de apellido Gómez Muro. Javier se puso el pantalón caqui, una playera y con las botas en la mano salió corriendo por el pasillo de su casa.

La madre del socorrista se asomó con las manos apretadas y desabrochándose el mandil, y le preguntó que si era su hermano, que si algo le había pasado. Javier le contestó que no, que era el tren de pasajeros que se había volcado. Al rato vengo, le dijo.

Javier y Gómez Muro se reunieron con otra unidad en la estación, en ella iban socorristas igual de experimentados y valientes; un tal Jorge Inzunza que tenía ya en su experiencia algunos rescates imposibles. Señal de que el rescate del tren era algo grande.

En aquellos tiempos en Sinaloa existía todavía dos clases de trenes de pasajeros; el Tren Bala y "El Burro". El primero, de clase ejecutiva con cantina y demás comodidades. El segundo, por su nombre ya se entendía su accesibilidad y condición.

Cuando las unidades llegaron a la estación ferroviaria de Guamúchil, se coordinaron con las demás ambulancias de los poblados aledaños; los pasajeros del Tren Bala que estaba estacionado se asomaban con incertidumbre por las ventanas del tren para ver a los grupos de socorristas y ambulancias hechas bola en la estación; "pasó algo" murmuraban.

Foto: Archivo │ El Sol De Sinaloa

Emergencia

El último mensaje recibido de la máquina A del tren burro fue a las 04:25 horas, se habían accidentado pero no dijeron dónde. Salieron los más experimentados de los socorristas junto a los vehículos de la Comisión Nacional de Emergencias rumbo al norte por toda la vía ferroviaria. El plan era preguntar en cada comunidad si habían visto pasar al tren, si no era así, al siguiente.

Javier Sainz y su equipo pasaron cinco pueblos con ese ritmo y táctica hasta llegar a un pueblo de diez casas donde un hombre junto a una anciana en silla mecedora les confirmaron haber escuchado el tren hace unas horas.


Tú nos vas a acompañar para que nos digas hasta donde está la vía le dijeron al hombre del pueblo.


Tomaron el equipo de rescate y siguieron el rumbo hasta el probable sitio del accidente, pues por lógica el tren estaría entre ese pueblo y el anterior que habían sondeado.

Aparecieron como una macabra visión frente al equipo dos vagones del ferrocarril casi verticales y sumergidos parcialmente en el arroyo "Pichihuila" ubicado entre San Marcial y Estación Capomas. El puente cedió al paso de la máquina y se colapsó dejando 4 vagones en el fondo del arroyo y 5 más volcados pasando el puente.

Para ese día ya había llovido por más de una semana continua, una fuerte corriente de lodo y ramas arrastraba todo lo que tocaba el agua. Los socorristas comenzaron a actuar bajo la sorpresa de ver aquella hecatombe. Ligeros gritos y llantos se escuchaban de fondo y se confundían con la lluvia que caía rítmica sobre el metal de los vagones volcados.

De un lado del arroyo estaban las cuadrillas de socorristas de Culiacán, del otro lado las de Guasave. En coordinación estaban los efectivos de la CNE y demás voluntarios y sobrevivientes que se asomaron de la muerte para rescatar a sus familiares del lodo.

Javier y su equipo peinaron la zona en un rango de 2 kilómetros, la corriente del "Pichihuila" se llevaba los cadáveres y era tarea imperativa encontrarlos a todos o a la mayoría. La decisión de evaluar una escena fue y seguirá siendo cuestión de segundo y es por eso que el ojo entrenado de un socorrista vale más que cualquier manual de servicio.

Con el lodo hasta las rodillas y el agua a la cintura iba Javier Sainz sacando cadáveres del lodo; niños, niñas, hombres y mujeres de piel fría y rígidos. Una tarea dantesca que alguien tenía que hacer. Apilaban los muertos a la orilla mientras los pobladores los llevaban en caballo a San Marcial, el pueblo más cercano.

Foto: Jesús Verdugo │ El Sol De Sinaloa

Cuenta macabra

Diez, veinte... cien. La cuenta de los muertos se hizo insostenible pues durante días se estuvo sacando cuerpos del fango. La táctica era sencilla pero efectiva: Jorge Inzunza jalando una cuerda al frente, detrás, Javier y Gómez Muro amarrando los cadáveres para ir orillándolos.

La regla era que si Javier tiraba de la cuerda era porque había encontrado algo. Jorge Inzunza sintió un jalón, volteó hacia atrás y nada. Otro más, ¿qué traes pues? Le dijo Javier. Un tercer jalón y Jorge se giró para ver que no era el socorrista quien la tiraba, sino decenas de serpientes que cruzaban entre el agua y al pasar por la cuerda la tensaban.

Jorge Inzunza tiene fobia tremenda a las serpientes, dijo incluso que se estaba chingando de miedo, pero había que sacar a esa gente.

Los trabajos continuaron a ese ritmo, las pilas de muertos se comenzaron a podrir por la inaccesibilidad de la zona para los servicios forenses. El ministerio público sólo daba fe de cada llegada de los caballos cargada con 3 o 4 cuerpos.

Javier Sainz ya estaba exhausto y deshidratado para cuando encontró a aquella niña que no salió nunca de su memoria. De diez o doce años, con un vestido y botas blancas. Cuenta que cuando la sacó del fango toda ella estaba cubierta de lodos excepción de sus botas; blancas y brillantes.

Tras eso la mente de Javier quedó en blanco y asegura que tuvo una visión de esa niña caminado por el pasillo de "El Burro" presumiendo sus botas. Cuando regresó a la realidad, seguía fijo viendo esas botas pulcras y solo pensó: y sus botas no se ensuciaron.

Ese fue el límite de Javier, su reserva de voluntad y fuerzas se acabó. Comenzó a llorar de nostalgia y dolor ajeno, tanta muerte y tragedia junta no la puede nadie. Con su alma rota y la visión presente en su cabeza. Salió del fango y fue al pueblo donde estaban los cadáveres. Los acomodaba sin levantar la cabeza, para que nadie lo viera llorar.

Al final de la jornada nadie supo quién de los pobladores regaló una res, nadie supo quién la cocinó pero había comida para todos. Socorristas exhaustos, voluntarios llenos de lodo y nostalgia, soldados de ejército que había llegado a media tarde, todos compartiendo la cena en silencio, era una tragedia; un día negro para San Marcial y para México.

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