Culiacán, Sin.- Sandra se siente cómoda con sus relatos, dice que lo que es impactante para la gente, para ella es normal. "Yo con este uniforme me siento blindada", dice mientras se toca la cruz roja de su peto.
Duda unos minutos sobre su historia cuando la relata para El Sol de Sinaloa. En 15 años de servicio pasan tantas cosas que al final todo se vuelve lo mismo, todo se hace automático. Ríe y hace memoria, escarba en servicios superficiales y los toca por encima.
Dice que una vez salvó a un señor que sufrió un paro cardiaco y a los meses fue a darle las gracias, pero no termina de contarlo cuando lo deja para contar de otra ocasión donde fue a darle primeros auxilios a una niña en una farmacia.
Al fondo reposa su mochila junto a un llavero de un pequeño reno con el peto de Cruz Roja; Jacinto, lo llama. Piensa en todo lo que Jacinto ha visto junto a ella. Su mente se enfoca en la tragedia, uno, dos, tres... siete casos idénticos de pacientes pediátricos se le arremolinan en la memoria, pero elige uno de los más tristes, más que por voluntad, por cortesía.
Les avisaron de un niño herido para el rumbo de la colonia Loma de Rodriguera, al norte de la ciudad. Sandra apuró todo y en cuestión de minutos ya estaban en el lugar, lista y preparada para otro servicio de esos que tanto le ocurren.
Un camión urbano mal estacionado con las puertas abiertas y un pequeño bulto lleno de sangre y lodo detrás de las llantas; su estómago se le hace chiquito al darle rostro y ver un gesto infantil apagado y manchado.
La gente se hacía bolas para ver el espectáculo, entre susurros supo que al finalizar la ruta, el chófer del camión entregó el volante a un "garbanzo" y mientras estacionaba la unidad atropelló al pequeño niño de 7 años.
DRAMATISMO
Sandra encontró un cuerpo inmóvil y flácido, con sangre escurriendo de oídos y boca pero con pulso. Un resquicio de esperanza en ese palpitar irregular le dio fuerzas para subirlo a la ambulancia.
En ese momento llegó el padre del niño, un hombre de presencia indiferente y rostro común. Su dolor se escondía en palabras: Él se fue a la escuela, según yo, él andaba allá, decía.
Subió a la ambulancia de Sandra y en un mutis frío solo se tronaba los dedos.
Sandra realizó maniobras de auscultación, reanimación y limpieza, pero las señales de vida no daban más que un pulso casi imperceptible.
Un trayecto que pareció eterno concluyó el hospital pediátrico y ahí, ahí dejó Sandra un niño con nulas probabilidades de sobrevivir, también dejó una parte de su humanidad y dolor, no quería dejar ir a ese menor.
Sandra continuó con su guardia y con su vida. Pasaron los días y los servicios hasta que por dichos de sus compañeros se enteró de que aquel niño había muerto, ahí en el hospital, lleno de lodo y sangre.
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Todavía y después de tanto, Sandra recuerda el rostro de ese niño y como no pudo sacarlo del regazo de la muerte. Que esta vez se presentó con la forma de ese garbanzo inexperto que se fue corriendo a la vista de todos mientras la responsabilidad caía en los hombros de los que vieron ese niño retorciéndose entre llantas, lodo e indiferencia.
15 son los años que lleva Sandra de servir en la Cruz Roja, una institución que le ha dejado buenas pero también dramáticas experiencias.
HECHO
Sandra encontró un cuerpo inmóvil y flácido, con sangre escurriendo de oídos y boca pero con pulso. Un resquicio de esperanza…
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