Culiacán, Sin.- En el día que murió el bebé de Chulavista la tarde estaba más fría, algo había en el aire que no parecía corresponder a la fecha ni a la época. Ismael hacía su guardia lunes en la estación Primavera, al sur de Culiacán.
Ismael Corrales era entonces alumno a punto de graduarse del TUM, era 2012 y tenía 20 años. Joven y audaz supo que un servicio así llegaría tarde o temprano; estaba listo. Cuando llegó el llamado esa tarde, salieron rápidamente hasta la farmacia donde estaba el paciente.
Un menor de 8 meses de edad se había bronco aspirado en su cuna, la madre estaba distraída fuera de casa y un vecino observó por la ventana al niño con una tonalidad púrpura y decidió llevarlo a la farmacia, cerca de ahí.
Una madre joven estaba histérica y llorando junto al médico de la farmacia que trataba de reanimar al pequeño, cuando llegó la ambulancia con Ismael y su tutor, se dieron cuenta de la gravedad y trasladarlo era urgente ya.
Actualmente Ismael Corrales tiene 29 años y vasta experiencia en ambulancia, hace mucho que dejó de ser un alumno aunque cada día sigue aprendiendo. El resume que cada que le preguntan sobre su peor experiencia en Cruz Roja responde con la historia del bebé que encontró en aquella farmacia de Chulavista.
Maniobras delicadas y precisas se necesitaban para sacar del paro al menor, tanto el tutor como Ismael se turnaban y organizaban para salvar esa vida, que apenas inicaba.
De camino al hospital y con la preocupada madre arriba de la ambulancia parecía imposible recuperar al menor. Mientras ella gritaba desesperada que lo ayudaran y se deshacía en rezos y oraciones a su dios.
Ismael estaba en un estado de alerta por la situación, solo quería llegar con el bebé con vida al hospital y así aumentar sus posibilidades de sobrevivir, pero el camino se hacía más largo cada segundo.
Al llegar a la recepción de urgencias entregaron al menor, pero la mirada del médico al mirar ese bebé purpura e inerte desconsoló a Ismael y la madre gritaba de dolor. Como protocolo y solidaridad, el urgenciologo trató de reanimar al pequeño, pero era inútil ya.
Unos segundos de calma fría se sintieron en la sala, y mientras el doctor daba el parte a la madre, Ismael y su tutor se retiraban a su estación. Con la macabra sensación de la muerte sobre sus hombros y sabedores de que ese recuerdo no se iría nunca.
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Ismael reflexiona sobre las responsabilidades y circunstancias que orillan a estos hechos, como una vida naciente termina y no hay a quien culpar más que al destino. Tristeza y dolor es lo que queda y el recuerdo de más de 8 años que sigue vivo.
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