Mazatlán, Sin.- En sus 64 años de vida, don Ignacio Gómez ha sido cantinero, cocinero, le sabe a la albañilería, pero ha sido el sillón y su cajón de bolero, oficio que aprendió desde los siete años de edad, lo que le ha dado sustento para su familia.
En tiempos de pandemia, don Nacho permanece firme en la misma esquina de la Plazuela República, contemplando la soledad de la calle en los días en que el "quédate en casa" vació los espacios públicos.
El hombre, originario de una comunidad de El Roble, fue traído por su abuela a Mazatlán a la edad de cuatro años, cuando sus papás se separaron. En ese entonces empezó a limpiar los huaraches de correa que tenía, los pintaba para que lucieran mejor. Fue así como empezó a aprender el oficio.
Su vida no ha sido fácil, estudió hasta quinto año de primaria y luego se puso a trabajar como bolero en las cantinas, para ayudar a su abuela que lavaba ajeno.
Años después llegó a la Plazuela República, donde ha desempeñado la actividad de manera constante, aunque ha habido épocas en la que se enfoca en otros oficios, dependiendo de cómo esté su situación económica.
La vida me ha enseñado muchas cosas, a veces aquí he dormido, me ha tocado una vida difícil. A mí no me gustan los problemas, pleitos, yo soy tranquilo, trato de evitar los problemas Don Nacho
Para Ignacio, su día comienza a las 9:00 de la mañana, sentado, espera paciente la llegada de su primer cliente, lo rodea su confortable silla, debajo de ella, cepillos, el jabón de calabaza, pinturas y paños, que son sus herramientas de trabajo.
Él no sólo lustra y embellece zapatos, también escucha y aconseja a sus clientes, se muestra amable, brinda un buen servicio y trato.
Cuando llegan los clientes me platican sus cosas, la mayoría de ellos son hombres, me empiezan a platicar que se enojaron con su señora, por los hijos y las hijas, que no hacen caso, yo les hago plática y ellos se desahogan y se sienten a gusto, y con eso se van contentos Don Nacho
Los boleros son personas sociables, testigos "mudos" de lo que ocurre en las calles, confidentes de las personas y conocedoras de la vida.
Entre trapazo y trapazo, "El Tribilín", como lo conocen en la Plazuela República, asegura que bolear zapatos es difícil, pues además de dejarlos limpios y brillosos, muchas veces tiene que masajear los pies de los clientes que se lo piden, además de preparar las tintas y grasas, poner tapitas, coser y remendar cualquier tipo de calzado.
Reconoce que al igual que sus 21 compañeros de profesión, vive una contingencia complicada al no tener trabajo, ya que apenas realiza tres boleadas de 25 pesos por día, cuando bien le va, ya que hay días en los que se regresa a su casa, ya pasadas las 6:00 de la tarde, sin un peso en el bolsillo. Hace tres meses, recuerda, antes que llegara el Covid-19, tenía hasta 20 clientes por día.
La competencia ahí en la plazuela es dura, y más cuando no hay muchos clientes.
Por eso lamenta que no haya apoyos para los boleros por parte del gobierno, apenas sí les dieron una despensa que le ayudará unos días para comer, porque vive solo, pero también tiene que pagar agua, luz y renta.
A mí no me gusta andarle pidiendo nada a nadie, el Ayuntamiento no te da nada, necesita uno mucho papeleo para que te den una despensa o una feria, te piden muchos requisitos. Ahorita está muy difícil la situación, hay que pagar el agua, la luz y a veces no saco ni para comer Don Nacho
Hasta hace tres meses combinaba la boleada con su trabajo en una cantina en el Centro de la ciudad, pero fue despedido y sin un peso de indemnización.
Tengo mi cajón de mano y cuando estaba en la cantina aprovechaba mi día de descanso para bolear ahí mismo, y con eso me ayudaba, pero pues ya no se puede, ahora sólo lo que salga aquí en la plazuela es con lo que me ayudo Don Nacho
El adulto mayor no teme contagiarse del coronavirus, e incluso no utiliza cubreboca, pues dice que no cree mucho que exista la enfermedad, aunque todos los días escucha que aumentan los muertos.
El retiro obligado todavía no es una opción para el limpiador de calzado, la motivación de trabajar en una actividad flexible y sumamente social lo entusiasma, para seguir hasta que físicamente pueda hacerlo.
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Mientras no lo quiten de la plazuela, ahí estará, esperando sacarle brillo a los zapatos de las personas a las que, como él, el Covid-19 no las mantiene "encerradas" en sus casas.
DATOS
57 años de bolero lleva Ignacio Gómez.
64 años de edad.
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