Mazatlán, Sin.- Lupita, de 84 años de edad, es uno de los 33 adultos mayores que viven de manera voluntaria en el Asilo de Ancianos La Inmaculada, la primera vez que ingresó a este centro de atención duró apenas 12 meses, regresó a la calle, pero no por mucho tiempo, ya que se dio cuenta que la atención, el cuidado y el afecto que le mostraban las madres religiosas y el personal del asilo no lo iba a encontrar en ninguna otra parte.
Ahora está de nueva cuenta ahí, desde hace más de cuatro años decidió dejar para siempre la calle. A ella le gusta cantar y platicar, es buena conversadora y tiene tacto para aconsejar.
Dice ser originaria de El Verde, Concordia, donde tenía una tiendita, pero por circunstancias que no le gusta mencionar, terminó como una mujer en situación de calle, sin familia que le tendiera la mano, hasta que llegó a la Inmaculada.
“A ella le gustaba vivir en la calle, yo pienso que cuando ella sintió que perdió las fuerzas fue cuando regresó, ellos también saben, ellos sienten que están perdiendo fuerzas y van a donde se sienten más seguros; la primera vez que entró, duró menos del año y se fue, y después volvió”, comenta Laura Amor Flores Gutiérrez, administradora del asilo.
Lupita no es la única que viene de fuera, muchos de los abuelos que forman parte del asilo son originarios de comunidades rurales y pueblos cercanos, como de El Roble, Pánuco, Zavala y Villa Unión.
De los 33 ancianos, 21 son hombres y 12 mujeres, en su mayoría están bien de salud, salvo enfermedades propias de la edad, como diabetes e hipertensión, pero bajo control, con revisiones médicas.
ESTÁN POR SU VOLUNTAD
A don Luis, de 96 años de edad, quien tiene seis años en el asilo, también le gusta cantar y proyectar su alegría a los demás, a pesar de que su historia de vida fue muy triste, pues estaba a cargo de unos familiares, pero sin calidad de vida. Alguien reportó su caso y se le invitó a venir al asilo.
Flores Gutiérrez comenta que todos los que están en el asilo es de manera voluntaria y con su consentimiento, incluyendo los que llegan de la calle.
“Las personas de la calle son las más renuentes, porque están acostumbradas a vivir en la calle, dicen: 'cómo voy a irme a encerrar', pero la cosa es que vengan e ingresen, y ya se mantienen contentos, que va de dormir en la calle a hacerlo en una cama limpia, a estar atendidos casi a nivel hospital en una institución”, expresó.
ENVEJECEN CON DIGNIDAD
En la lista, destacan casos como Anita, quien llegó por su propio pie a los 68 años de edad, solicitando su ingreso al asilo, ella vivía de la caridad afuera de las instalaciones del antiguo Hospital General.
Cuenta que las enfermeras la dejaban pasar al baño para hacer sus necesidades y una o dos veces por semana, le permitían bañarse en las regaderas.
Sobrevivía de lo que la gente le daba, incluso ayudaba a barrer los exteriores del hospital para ganarse un refresco o un peso para comprar algo y comer.
Ella vino por su propio pie y le pidió a la madre de favor que la dejara vivir en el asilo, que ella necesitaba un lugar dónde envejecer, ahora tiene 70 años, va a cumplir 71 en diciembre, llegó de 68 años.
Laura
Anita fue la excepción, ya que entre los requisitos para ingresar al asilo está que el adulto mayor tenga 70 años, que no cuente con familiares que lo puedan auxiliar o que vivan en condición de calle.
Laura aclara que hay un grupo de abuelos, alrededor de cinco, que sí cuentan con familia, pero que en el momento en que solicitaron su ingreso fue posible dárselos porque había espacio y son casos muy especiales.
De acuerdo a un estudio que se realizó en torno al gasto y funcionamiento del asilo, reveló que dar atención integral a cada adulto mayor de la institución cuesta alrededor de 10 mil pesos mensuales.
PERMANECE POR APORTACIONES
Laura Amor refiere que los apoyos y donaciones que les llegan en especie les permite bajar los costos, así como las pequeñas aportaciones de grupos de voluntarios, tales como medicinas, alimentos, productos de limpieza, ropa, sillas de rueda, colchones ortopédicos, entre otros.
Asegura que el mejor pago a todo este esfuerzo que realizan las madres Siervas de los Pobres, grupos de voluntarios y personal de la institución, es ver a los adultos mayores agradecidos por la atención que reciben, y sobre todo verlos envejecer con dignidad y calidad de vida.
En el asilo se viven momentos difíciles, como en este periodo de la pandemia del Covid-19, donde a pesar de que no han tenido ningún caso al interior, sí les bajaron los donativos, pero también hay momentos muy emotivos, como cuando uno de los ancianos se acerca para agradecerles con lágrimas en los ojos su atención.
Caso particular es el de Anita, quien dice sentirse muy feliz y agradecida, ya que aquí no sólo puede comer tres veces al día y recibir medicina cuando se siente mal, sino que también puede bañarse todos los días.
También, hay casos como Froilán, de 87 años, se le conoce como El Campanero, pues fue el sacristán encargado del campanario de la Catedral de Mazatlán por muchos años. Desde su ingreso atrajo la mirada de todos, incluyendo de los de afuera, pues es uno de los más visitados.
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