/ lunes 24 de octubre de 2022

Florencio Villa es el auténtico “Güilo Mentiras” inmortalizado por Dámaso Murúa

Los cuentos del popular Florencio Villa fueron estampados en un libro por el finado escritor Dámaso Murúa

Para contar mentiras hay que tener gracia y no cualquiera la tiene, así como la tuvo un personaje muy popular en el municipio de Escuinapa, Florencio Villa, por todos conocido como "El Güilo Mentiras".

Tan inverosímil e increíble era todo lo que contaba que todas sus famosas mentiras fueron plasmadas en el libro “El Güilo Mentiras”, escrito por el finado escuinapense Dámaso Murua en 1971, quien buscó a través de sus obras dar a conocer su tierra.

También puedes leer: Mercado de El Rosario: son 134 años de historia de uno de los lugares más antiguos de Sinaloa

Una de las tantas mentiras contadas por Villa es la que en el texto fue titulada como "El Tigre ensillado". Dicho texto a la letra dice lo siguiente:

Cada año iba a las fiestas de Huajicori, que me acuerde, desde que bautizaron al Terriques y ya está viejo, no he dejado de ir a los bailes de la Virgen de la Candelaria. Pero ese día que me salieron las ganas, pensé que no llegaba a pie a Huajicori, pues como tengo 120 años, ya no me queda ni aguanto echar andadas tan largas.

Por ese motivo, pensé pedirle prestado su burro a mi compa Ñengo, de muy buena gana me lo prestó, encargándome únicamente que no le diera a comer arrayanes de los que hay en Huajicori, porque tenía mucha tos y a poco se lo traía enfermo de dolor de oído.

Le prometí que se lo iba a cuidar mucho y que se lo devolvería sano y salvo, que le iba a traer de regalo una estampita de la Virgen y unos cordones benditos de los que se cuelgan en el pescuezo, pa’ que a él y su familia nunca se les atore una espina de pescado.

Me fui a Huajicori en el mentado burro que resultó muy flojo pa’ caminar, corría únicamente cuando íbamos llegando a los arroyos o cuando iba una burra adelante. Con miles de trabajos, cruzando cerros y llanos, lo hice llegar a Huajicori, llegando, lo amarré de un roble en las orillas del pueblo.

Me dio trabajo hallar el roble, pero no podía amarrarlo de otro lugar, pues eran puros arrayanes los demás árboles y como el chivato burro todavía llevaba mucha tos, temí que se muriera de una pulmonía si lo amarraba de un arrayán. Me fui a bailar a la fiesta, a rezar a la iglesia y a tragar vino a las cantinas.

Ya muy a media noche, recordé que tenía que venirme y pensé: ¿qué mejor hora que ésta? Si me voy ahorita que es como la una de la mañana, llego a Escuinapa casi al amanecer, al cabo el burro ya va pa’ la querencia, se tiene que ir recio el chivato. Luego me fui al roble, donde había amarrado al burro el día anterior, encontrándolo donde lo había dejado, me dispuse a ensillarlo, notando con sorpresa mía que se resistía, como que no era de su agrado traer la silla en el lomo, pero yo llevaba como quince litros de vino en el estómago y en ese estado, no iba a dejar que un burro cualquiera me venciera.

Así es que con muchas dificultades, al fin logré ensillarlo, notando que cuando lo estaba cinchando, volteaba y me tiraba mordidas y no eran precisamente mordidas de burro, porque me las tiraba con ganas de arrancarme un brazo.

Me monté en él y le hice rumbo pa’ Escuinapa, cuando venía por el camino, todavía muy oscura la mañana, noté que venía más a la carrera, cuando encontraba alguna vaca se le quería echar encima.

Pasamos por un ranchito y la perrada no nos dejaba pasar. A cada momento me iba extrañando más de lo que iba pasando.

Por fin, llegué a La Campana, ya queriendo amanecer, cuando me encontré al Chimuelas, me sorprendió mucho que tan luego me vio se subió a un árbol. Me gritó de arriba:

- Güilo, bájate de ese animal. Entonces yo le pregunté sorprendido: -”¿Por qué?”

-¿Pues qué no ves que vienes montado en un tigre?

Después de oír al Chimuelas y de ver mi montura, no hallaba qué hacer: si bajarme y salir corriendo despedido o llegar con él hasta Escuinapa.

Después de pensarlo un momento, hice lo segundo y empecé a forzarlo pa’ que anduviera más recio y de ese modo llegara más cansado a Escuinapa y mientras llegaba, fui sacando mi talla de que el tigre había ocupado el lugar del burro, porque se lo comió. Pero se lo fue comiendo de la cola pa’ delante, de suerte que cuando le comió la cabeza, ya se había quedado el tigre con la lazada en el pescuezo.

De ese modo no se fue y como estaba oscuro cuando llegué, lo ensillé sin darme cuenta de lo que había pasado.

Pa' mi buena suerte, llegando a Escuinapa se murió de cansado y al dueño del burro que era mi compadre Ñengo, no tuve más que darle la piel del tigre y con el producto de ella compró treinta burros, con los que ahora se lleva acarreando leña.

Famoso personaje

Aunque el famoso "Güilo Mentiras" ya hace varios años que falleció, sus mentiras e historias siguen siendo recordadas por los pobladores y causando risas al momento de contarlas o escucharlas.

Para contar mentiras hay que tener gracia y no cualquiera la tiene, así como la tuvo un personaje muy popular en el municipio de Escuinapa, Florencio Villa, por todos conocido como "El Güilo Mentiras".

Tan inverosímil e increíble era todo lo que contaba que todas sus famosas mentiras fueron plasmadas en el libro “El Güilo Mentiras”, escrito por el finado escuinapense Dámaso Murua en 1971, quien buscó a través de sus obras dar a conocer su tierra.

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Una de las tantas mentiras contadas por Villa es la que en el texto fue titulada como "El Tigre ensillado". Dicho texto a la letra dice lo siguiente:

Cada año iba a las fiestas de Huajicori, que me acuerde, desde que bautizaron al Terriques y ya está viejo, no he dejado de ir a los bailes de la Virgen de la Candelaria. Pero ese día que me salieron las ganas, pensé que no llegaba a pie a Huajicori, pues como tengo 120 años, ya no me queda ni aguanto echar andadas tan largas.

Por ese motivo, pensé pedirle prestado su burro a mi compa Ñengo, de muy buena gana me lo prestó, encargándome únicamente que no le diera a comer arrayanes de los que hay en Huajicori, porque tenía mucha tos y a poco se lo traía enfermo de dolor de oído.

Le prometí que se lo iba a cuidar mucho y que se lo devolvería sano y salvo, que le iba a traer de regalo una estampita de la Virgen y unos cordones benditos de los que se cuelgan en el pescuezo, pa’ que a él y su familia nunca se les atore una espina de pescado.

Me fui a Huajicori en el mentado burro que resultó muy flojo pa’ caminar, corría únicamente cuando íbamos llegando a los arroyos o cuando iba una burra adelante. Con miles de trabajos, cruzando cerros y llanos, lo hice llegar a Huajicori, llegando, lo amarré de un roble en las orillas del pueblo.

Me dio trabajo hallar el roble, pero no podía amarrarlo de otro lugar, pues eran puros arrayanes los demás árboles y como el chivato burro todavía llevaba mucha tos, temí que se muriera de una pulmonía si lo amarraba de un arrayán. Me fui a bailar a la fiesta, a rezar a la iglesia y a tragar vino a las cantinas.

Ya muy a media noche, recordé que tenía que venirme y pensé: ¿qué mejor hora que ésta? Si me voy ahorita que es como la una de la mañana, llego a Escuinapa casi al amanecer, al cabo el burro ya va pa’ la querencia, se tiene que ir recio el chivato. Luego me fui al roble, donde había amarrado al burro el día anterior, encontrándolo donde lo había dejado, me dispuse a ensillarlo, notando con sorpresa mía que se resistía, como que no era de su agrado traer la silla en el lomo, pero yo llevaba como quince litros de vino en el estómago y en ese estado, no iba a dejar que un burro cualquiera me venciera.

Así es que con muchas dificultades, al fin logré ensillarlo, notando que cuando lo estaba cinchando, volteaba y me tiraba mordidas y no eran precisamente mordidas de burro, porque me las tiraba con ganas de arrancarme un brazo.

Me monté en él y le hice rumbo pa’ Escuinapa, cuando venía por el camino, todavía muy oscura la mañana, noté que venía más a la carrera, cuando encontraba alguna vaca se le quería echar encima.

Pasamos por un ranchito y la perrada no nos dejaba pasar. A cada momento me iba extrañando más de lo que iba pasando.

Por fin, llegué a La Campana, ya queriendo amanecer, cuando me encontré al Chimuelas, me sorprendió mucho que tan luego me vio se subió a un árbol. Me gritó de arriba:

- Güilo, bájate de ese animal. Entonces yo le pregunté sorprendido: -”¿Por qué?”

-¿Pues qué no ves que vienes montado en un tigre?

Después de oír al Chimuelas y de ver mi montura, no hallaba qué hacer: si bajarme y salir corriendo despedido o llegar con él hasta Escuinapa.

Después de pensarlo un momento, hice lo segundo y empecé a forzarlo pa’ que anduviera más recio y de ese modo llegara más cansado a Escuinapa y mientras llegaba, fui sacando mi talla de que el tigre había ocupado el lugar del burro, porque se lo comió. Pero se lo fue comiendo de la cola pa’ delante, de suerte que cuando le comió la cabeza, ya se había quedado el tigre con la lazada en el pescuezo.

De ese modo no se fue y como estaba oscuro cuando llegué, lo ensillé sin darme cuenta de lo que había pasado.

Pa' mi buena suerte, llegando a Escuinapa se murió de cansado y al dueño del burro que era mi compadre Ñengo, no tuve más que darle la piel del tigre y con el producto de ella compró treinta burros, con los que ahora se lleva acarreando leña.

Famoso personaje

Aunque el famoso "Güilo Mentiras" ya hace varios años que falleció, sus mentiras e historias siguen siendo recordadas por los pobladores y causando risas al momento de contarlas o escucharlas.

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