Rosario, Sin.- El canto de los gallos y los pájaros, el rebuznar de los burros y el ladrido de uno que otro perro, son los únicos sonidos que se escuchan en Santa María, un pueblo que se encuentra en agonía viviendo ya sus últimos días de vida.
Este poblado que se encuentra en la sierra de Rosario, está siendo prácticamente sacrificado con la construcción de la presa que lleva por nombre Santa María, ya que la agua de esta inundará al pueblo que se encuentra prácticamente solo.
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Ahí, solamente quedan ya las estructuras de las casas, que hasta hace dos o tres años, eran el hogar de alrededor de 50 familias que vivían y le daban vida a este pueblo, las cuales poco a poco se fueron saliendo para ocupar sus nuevas casas en Los Otates, hoy llamado "Nuevo Santa María".
En medio del pueblo ya desolado, junto al templo de la Purisima Concepción, queda la última casa habitada de este pueblo, la casa que por muchos años ha sido la tienda de abarrotes encargada de abastecer de alimentos a las familias que ahí habitaban.
Esa tienda de abarrotes, es atendida por la señora María Espinoza Beltrán, una mujer de 56 años de edad, quien es ya la última habitante de este pueblo al que llegará el momento que tendrá que dejarlo y mudarse al pueblo donde tendrá su nuevo hogar.
Doña Matilde asegura no tener miedo de estar ahí, ya que el calor de la casa que la vio nacer, le da la seguridad y la tranquilidad que necesita para vivir.
"La gente que viene, me pregunta que si no tengo miedo, pero porque voy a tener miedo y a los muertos pues menos, a los vivos todavía pero pues todos me conocen, lo único que hago es encomendarme a Dios".
Aunque en pueblo ya no se encuentra nadie más que ella, lo que llega a vender, es a personas que llegan de pasada o de otros dos poblados de más arriba quienes saben que ahí se encuentra aún Matilde con su abarrotes.
"Hay quienes vienen a darle de comer a sus animales y llegan a comprar el refresco, pero aquí ya nadie está estable viviendo más que yo, todo el día no deja de haber gente, nada más en la noche es cuando me quedo sola, pero como digo, me encomiendo a Dios".
El dejar la casa que es su hogar toda su vida, no le resulta sencillo, pero comenta que ya se ha ido haciendo a la idea de que llegará el momento de irse al nuevo poblado.
"Me falta por acomodar algunas cosas en la casa que tengo allá y llevarme lo poquito que tengo aquí, porque ya no va quedar de otra".
Aunque solamente queda una sola vivienda habitada, el pueblo cuenta aún con el servicio de energía eléctrica, ya que menciona que el compromiso que les hicieron antes de iniciar a construir la presa, "Nos dijeron que cortarían la luz hasta que se fuera la última gente de aquí y pues yo aquí sigo".
Al terminar, la señora Matilde, dice saber que está viviendo ya los últimos días en este pueblo y se mantendrá ahí hasta que pueda o le soliciten que tenga que dejarlo. Matilde Espinoza, la única persona que sigue en Santa María