Perdió el miedo a los muertos y se hizo embalsamador

Rosalío Bouciéguez trabaja desde hace 33 años en funerarias, asegura que si volviera a nacer aprendería el mismo oficio: preparar cuerpos para su eterno descanso

Juan Carlos Ramírez │ El Sol de Mazatlán

  · sábado 31 de octubre de 2020

Rosalío Bouciéguez Lomas tiene 63 años de edad, desde hace 33 años trabaja en funerarias. Foto: Juan Carlos Ramírez │ El Sol de Mazatlán

Mazatlán, Sin.- Antes de incursionar en el oficio de embalsamador, Rosalío Bouciéguez Lomas tuvo que perderle el miedo a los muertos, entró a trabajar en una funeraria local por casualidad cuando era chofer de un torton, en ese tiempo no tenía trabajo y le ofrecieron un traslado a Coatzintla, Poza Rica de Hidalgo, Veracruz, pero para su desventura, la carga era una persona fallecida que los familiares querían enterrar en su lugar natal.

Aceptó porque no tenía de otra, había que llevar dinero a la casa y el transporte de carga era escaso en esa temporada, así que se bajó del camión para conducir una carroza, en un viaje bastante largo y en compañía de un joven de la funeraria a su lado y de una persona inerte, a sus espaldas.

Todo el recorrido luchó para vencer el miedo de que el cuerpo pudiera levantarse y abrir la ventanilla de la cabina, mientras el joven dormía en el lugar del copiloto, esa fue su primera experiencia.

De regreso le ofrecieron trabajo en la funeraria, la condición que puso fue que no lo pusieran a preparar cuerpos, haría de todo: de chofer, recogería cuerpos en los accidentes, hospitales o domicilios, los trasladaría al panteón, lavaría la carroza, limpiaría la funeraria, menos el trabajo de embalsamador.

Recuerda que llegaba con los cadáveres a la funeraria, los cargaba hasta el laboratorio y en cuanto los depositaba en la plancha, casi salía corriendo.

“Cuando íbamos a recoger los muertos no me daba miedo, mi miedo era el laboratorio, en cuanto dejábamos el cuerpo me salía, cuando había que llevar un cuerpo a altas horas de la noche, a tal pueblo en carretera, uno solo, nombre, yo cada rato volteaba para atrás, decía, se va a abrir el cajón y me va a agarrar el muerto aquí, sí me daba mucho miedo, inclusive estuve a punto de renunciar”, comentó.

Así duró alrededor de tres meses, y el miedo no desaparecía, en una ocasión le pidieron que se quedara en la capilla durante la noche, ya que el velador solicitó un permiso, esa noche no durmió, pensando en que los cuerpos de la plancha podrían salirse y caminar hacia él, a la mañana siguiente, todo desvelado se dirigió a su casa, con la intención de ya no volver y renunciar al oficio, su esposa lo convenció de seguir en el trabajo.

Foto: Juan Carlos Ramírez │ El Sol de Mazatlán

Siguió yendo a la funeraria y con el paso del tiempo, sin darse cuenta cuándo, ya sea porque nunca tuvo ninguna experiencia desagradable o de tanto estar en contacto con los cuerpos, el miedo desapareció.

Pronto empezó a ver que a los embalsamadores les iba mejor en su trabajo, tenían mayor jerarquía y ganaban más en cuanto a percepciones, así que se decidió intentar aquello que le horrorizaba antes, y lo que nunca se imaginó haría en su vida.

En ese tiempo, a Rosalío le ofrecieron trabajo en otra funeraria con la promesa de enseñarlo a preparar cuerpos, aceptó sin pensarlo mucho.

NUNCA TERMINA DE APRENDER

En la nueva funeraria, Rosalío aprendió pronto el oficio de embalsamador, el primer día de guardia de accidentes tuvo que preparar el cuerpo de una persona que recibió un escopetazo en el pecho, fue la prueba de fuego para él.

“Me acuerdo que empecé a trabajar, era un amigo que le pegaron un escopetazo en el pecho, imagínese un hueco adelante y otro atrás, yo ni idea tenía que iba a hacer, pero el jefe de la funeraria nos ayudó, me gustó el trabajo y aquí seguimos todavía”, señala.

Foto: Archivo │ El Sol de Sinaloa

Refiere que la preparación de un cuerpo incluye desinfección, preservación y presentación; lo primero es lavar el cadáver, limpiarlo y desinfectarlo, después se procede a drenar el cuerpo, sacando los líquidos y la sangre. Al cuerpo se le inyecta líquidos especiales para que no se descomponga rápido, entre ellos el formón, pero todo depende de la causa de muerte. Rosalío aclara que no se extraen los órganos del cadáver, como mucha gente piensa.

La preparación dura entre 2 y 3 horas, hay casos que se prolongan hasta 5 horas, por la complejidad del embalsamiento.

Los casos que más le cuesta realizar es preparar cuerpos de bebés y niños, porque le gana la ternura y el sentimiento, con ellos trata de hacerlo lo más rápido posible.

Los más difícil, asegura, son los cuerpos en descomposición, los mutilados, destrozados o desfigurados, así como los cadáveres de personas que mueren por insuficiencia renal, diabetes o muy obesas, estos últimos porque se complica el proceso de drenar líquidos.

Foto: Archivo │ El Sol de Sinaloa

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Rosalío comenta que en este oficio nunca se termina de aprender, cada caso es diferente, aunque la técnica pueda ser la misma.

BUENA PRESENTACIÓN

Parte de la preparación de cuerpos es el trabajo de reconstrucción de rostros o presentación en el que a veces se requiere hacer costuras internas, realizar pegamentos, utilizar ceras y maquillaje, una labor minuciosa y de mucho detalle.

“En ese momento tú tienes que ser creativo, no llevas una línea o un método, y dices no, mejor así, empiezas a manejar maquillaje para que den un color más o menos, es algo de mucho detalle, te quebras la cabeza en eso”, apuntó.

Rosalío confiesa que suele platicar con los cuerpos cuando realiza su trabajo, pero no lo hace en voz alta, sino mentalmente como cualquier persona que maneja un auto y platica con los demás conductores que no le escuchan:

“¿Y ahora cómo le hago? Ya sé, te voy a hacer así”, “Sí te quedó muy bien, ahora te voy a hacer esto otro”, “No te quedó, mejor te voy a poner esto para que te veas presentable”, “¿Cómo quieres que te peine? Te quedó bien el bigote, estás bien rasurado, te vas a ver bien”.

Foto: Archivo │ El Sol de Sinaloa


Con la experiencia de 33 años en el oficio, Rosalío desmiente la versión de que los cadáveres algunas veces se sientan sobre la plancha mortuoria o tengan movimientos de reflejo, lo único que producen en ocasiones son sonidos debido a los gases que salen por la boca y que activan las cuerdas bucales, a manera de pequeños quejidos. Y a veces, un movimiento mano o pierna que por inercia se acomoda.

Asegura que la única vez que le tocó ver algo paranormal, fue en un servicio que prestó hace años en un domicilio, familiares del fallecido le hablaron para decirle que el ataúd se abría y que los candeleros se caían, le pareció algo anormal, pues los cajones van bien cerrados, al acudir a la casa vio que el seguro había sido botado.

En primera instancia no supo que decirle a los familiares, pero después recordó aquel primer viaje a Coatzintla, donde la gente coloca a los muertos sobre una mesa de madera, bajo una cabaña de bambú, lo rodea de comida y platica con él, así que les preguntó sobre qué le gustaba comer al difunto y qué música escuchaba, le dijeron que leche con pan y su grupo favorito eran los Tigres del Norte, les pidió que le trajeran ese alimento y le pusieran esas canciones, para sorpresa de todos, ya no se volvió a abrir el ataúd y los candeleros permanecieron en su lugar.



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Foto: Carla González │ El Sol de Mazatlán