Escuinapa, Sin.- El pesado y arduo trabajo de la producción de sal en el valle de Escuinapa ha sido parte de la familia Gómez, que por años se ha dedicado a esta labor de la que forman parte varias generaciones.
Edgar Gómez, nieto de Enepomuceno Gómez Pardo, "Don Cheno" (finado), e hijo de Ignacio "Nacho" Gómez, relata algunas de las vivencias de él y su familia en los ranchos salineros.
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“Sentí que volvía a la vida cuando mis ojos volvieron a ver el brillo deslumbrante de la sal que forma parte de mi porvenir, cuando mi piel fue acariciada con la brisa del cercano y hermoso mar que jamás hayan visto mis ojos. El paisaje cocotero, mis huellas en su suelo, el sol y mi esmero. Todo lo que puede ser lo estoy sintiendo. Postrado sobre el suelo salitroso empecé a recordar de mi niñez los tesoros más escondidos que llevo en el fondo de mi alma, mis recuerdos”, dice.
Fue en los años 60 cuando su abuelo “Cheno” se dedicaba de lleno a las salinas, se llevaba a sus tíos Juan y “Chilo” a trabajar.
“La Chuy, la Lina y la Rosa iban a tortear, todos en carreta, todos a trabajar. De Celaya a un costado se encuentra la manzana y de ahí derecho se llegaba a las salinas, por el camino enmontado adornado por frondosos huanacaxtles, florecillas de temporada, un monte encarecido que espera ansioso la llegada de las aguas”, señala.
Por todo el camino se escuchaba el canto de los pájaros que reclaman el verano. Amargas chicayotas que golpean la choya y el zancudero que emana de entre el ramaje al menor movimiento.
“Al llegar a las salinas todos se disponían a laborar, unos borregueaban y no hablo de ovinos, si no del hecho de sacar la sal de la era o el cuadro donde se forma a cristalización este hermoso mineral. Otros, los más grandes a encostalar, y solo mi apá a mojar los yaguales trayendo agua del pozo salado”.
Las mujeres juntaban salitre, pero sin descuidar los quehaceres domésticos. Los frijoles caldudos con bolitas de masa era su especialidad, las cuajadas de queso y el agua de nanchi sin duda alguna un verdadero manjar, a veces tenían chiros secos dependiendo de cómo hubiera estado la pasada temporada de pesca.
“Los hombres se iban a la leña con machete y hacha en mano, ¡que sea pura de huinol!, decían las que se quedaban esperando. Venían con su tercio, ansiosos de llegar, del monte se escuchaba aquel alegre cantar… ‘¡Qué culpa tiene el huizache de haber nacido en el llano! ¡Qué culpa tiene mi amor de haberte querido tanto!’”.
Parecía aquello una verdadera fiesta donde la única música era el soplido del viento en conjunto con el sonido que hacen las palapas al chocar entre sí, y los cascabeles de los guamúchiles secos también amenizaban el momento.
“Y no solo mi familia, eran más, entre 5 o 10 no sé, pero había dinero, tanto que mi abuelo se daba el lujo de hacer cigarros con los billetes de a 100. ‘Nacho’, préndeme un parguito, le decía a mi papá el cual no duda en obedecer”.
“Don Cheno” era un viejito corajudo, cualidad que trascendió a hijos nietos y bisnietos; blanquito como de 1.50 metros, chaparrito, pero con un carácter fuerte para defender cualquier injusticia en la que se viera involucrada su familia.
“Mi abuelo ‘Cheno’ fue amigo de Antonio Toledo Corro, contaba que se conocieron cuando mi abuelo trabajó la caña en la Hacienda de La Campana. Un Viva Villa (aguardiente), un buen tabaco y la música de viento siempre alegraban los momentos de mi abuelo. Mi padre me contó cada momento que vivió a su lado, memorias, memorias que se quedan en el viento, bajo este suelo en el que veo y recuerdo. Entonces me di cuenta que aquí nací, que aquí he vivido tristezas y derrotas, me he condenado a un amor por la tierra que vio mis primeros pasos. La familia Gómez, mi familia qué momentos vivieron bajo un cielo abrazador que hoy engalana mis recuerdos”.
Dato
60 años lleva la familia Gómez en la producción de sal en el municipio de Escuinapa.