Mazatlán.- “Dar hasta que duela”, es el lema de las nueve personas que atienden el albergue Una Gota en el Océano, que tuvo su inspiración en la labor altruista de la madre Teresa de Calcuta, y que fue fundada como una asociación civil en el año 2011, con capacidad para dar cobijo y atención a 31 personas en completo abandono.
A nueve años de su fundación, este albergue ha atendido a más de 100 personas de la tercera edad que se encontraban en situación de calle, o abandonados en hospitales con enfermedades crónico degenerativas, además de arropar a los adultos mayores que se encontraban en la extinta Casa Damasco.
Una Gota en el Océano se sostiene a través de donativos de la sociedad civil, y de las aportaciones de un patronato, integrado por la iniciativa privada.
El encargado, Héctor Miguel Pérez Guzmán, de 35 años, es un misionero que fue rescatado de las calles de Tijuana, cuando vivía como pordiosero, comiendo de la basura y mendigando, tras ser deportado por Estados Unidos, precisamente por su adicción a la anfetamina.
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Yo le puedo decir que como drogadicto llegué a perder la dignidad como ser humano, y sé por lo que ellos están pasando, yo entiendo perfectamente cómo se sienten ellos, así que tratamos de darles alegría de alguna u otra manera, bromeando, bañándolos, lavándoles los dientes, cortándoles el cabello, haciéndoles una comida especial cierto día de la semana, para que el poco o mucho tiempo que estén con nosotros, lo vivan dignamente como seres humanos y no terminen tirados en la calle.
Pérez Guzmán
Actualmente, el albergue atiende 19 hombres y 1 mujer, todos postrados en sillas de ruedas, algunos mutilados, otros con enfermedades de Parkinson, cáncer, hipertensos, entre otros padecimientos.
‘NO SON CARGA, SINO BENDICIÓN’
Aquí llega de todo, asegura Héctor Pérez, desde hombres y mujeres que tuvieron mucho dinero y propiedades y se quedaron en la ruina, hasta personas mayores que cayeron en los vicios y perdieron todo, entre ellos horticultores, reporteros, indigentes, pacientes con enfermedad mental y adictos.
Casos como don Samuel, de 80 años, que contaba los años en que hacía producir sus huertas de mango, o el reportero de Veracruz, Jacinto Héctor Walkinshaw, quien a sus 83 años todavía mantiene su hábito de lectura y les comparte sus crónicas y anécdotas que vivió como reportero.
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De las dos mujeres, una acaba de morir de insuficiencia renal, Laura, tras 6 años de estar en el albergue, sólo queda Chayito, de 48 años de edad, que sufre retraso mental y llegó a Una Gota en el Océano a través del DIF municipal.
El número de huéspedes varía mucho, en los últimos cuatro años el máximo ha sido 24 personas, aunque la capacidad es de 31; en un sólo mes de este año, murieron seis y uno más salió, pero así como parten o se salen, llegan otros.
“Cuando llego aquí a la Gota y veo gente sin piernas, ciegos, en sillas de ruedas, recibí un impacto bien fuerte en mi vida, y dije no manches, entendí que yo me iba a ahogar en un vaso de agua, mi problema al lado de ellos no es nada”, comentó Pérez Guzmán, quien trabajó por 10 meses como misionero voluntario, antes de ser contratado por el Patronato como chofer y después encargado.
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Yo nací en Morelia, Michoacán, pero me crié en Estados Unidos, me fui a los 14 años, duré casi 9 años con la adicción a la anfetamina, de hecho me deportan por eso, cuando llego a Tijuana vivo en la calle, como de la basura y mendigo por un plato de comida, viví en la calle como un pordiosero, es ahí cuando el padre Civi de los Misioneros de la Caridad de Tijuana hace un retiro con las madres misioneras, voy porque iba a haber comida, cama, algo caliente, fui por conveniencia y me quedé 5 años con ellos. Ahí fue mi rehabilitación, recibí clases bíblicas, hice mi primera comunión a los 28 años, y el padre nos llevó por un proceso para salir al mundo ya sin adicción. Tengo 8 años que no consumo nada.
Pérez Guzmán
En el albergue, Héctor aprendió a cambiar pañales, a bañarlos, afeitarlos, cortarles el cabello, cocinar, darles de comer, convivir con ellos, sobre todo a conversar, ya que cada uno tiene muchas historias que contar.
“Nosotros nos encargamos de todo, desde limpieza, darles de comer, bañarlos, cambiarlos, purificar la ropa, tender ropa.”
Asegura que lo más lamentable es que la gente los considera una carga, mientras que para ellos es una forma de servirle a Dios y obtener bendición.
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LA OBRA ES DE DIOS
Sostener el albergue en pie no es nada fácil, se requieren cuando menos 80 mil pesos mensuales para comprar alimentos, gasolina, luz, agua, medicinas y sueldos, ya que Una Gota en el Océano cuenta con enfermera, cocinera, chofer, en total nueve personas, entre misioneros, hermanas y personal.
Estos gastos los cubre un Patronato de la iniciativa privada, más los donativos de la sociedad civil que llegan a veces a cuenta gotas, pero otras en abundancia.
“Aquí llega la gente, muchas de las veces de manera anónima, normalmente nosotros no vamos a pedir a nombre del albergue, el Patronato no nos lo permite, la gente sola llega. Como decimos nosotros y los del Patronato, esta es la obra de Dios, él provee de alguna u otra manera, la gente viene y lo que gusten donar, bienvenido”, concluyó.
TEXTUAL
Héctor Miguel Pérez Guzmán, encargado del albergue
“La obra es de Dios, él provee de alguna u otra manera, la gente viene y lo que gusten donar, bienvenido”.
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