/ sábado 15 de enero de 2022

Una vida forjada entre hilos y telas

Doña Chuy, la costurera, supo sacar adelante a sus cuatro hijos con uno de los oficios artesanales que ha sabido reinventarse con el paso de los años

Mazatlán, Sin.- Ser costurera ha sido el único sustento económico durante más de 47 años para doña María de Jesús Colio Ponce, quien ha forjado su vida y la de sus cinco hijos entre los hilos y las telas en la máquina de coser.

Doña Chuy empezó desde muy joven en el oficio, cuando tenía 19 años y empezó a trabajar en una tienda de cortinas en el puerto. Al principio la habían contratado como afanadora, pero a ella le llamaba mucho la atención el quehacer de las costureras.

"Yo trabajaba haciendo el aseo en una tienda de cortinas y ahí había unas costureras, yo me apuraba, hacía el aseo, terminaba y me iba ayudarles, ahí fue donde aprendí, me regañaban mucho, pero me llamaba la atención la costura", contó.

Tiempo después dejó el puesto de afanadora y la mandaron a coser, desde entonces y hasta la fecha, a sus 66 años, sigue desempeñando este oficio con mucho entusiasmo. Orgullosa, dice que gracias a su labor costurera pudo sacar adelante a cinco hijos, pues fue madre soltera.

Recuerda que en aquellos tiempos ser costurera era muy diferente, si bien es cierto que ya existían las máquinas de coser, las usaban muy poco, por lo que casi todo era a mano.

"Antes cosíamos todo a mano, nada más las uniones eran a máquina, era más tardado, con una aguja chiquita para hacer la bastilla, las puntadas", recordó.

Foto: Carla Gozález | El Sol de Mazatlán

Las costuras tenían que estar ocultas, las puntadas no se tenían que ver por ninguno de los lados de la tela, fue muy difícil, señala, pero aprendió muy bien. En aquel entonces le pagaban 230 pesos a la semana haciendo el aseo, ya de costurera ganaba 600.

El oficio es artesanal y aunque actualmente existen máquinas de coser muy modernas, siempre va a hacer falta la costurera que sepa zurcir, hilvanar o remendar. Ellas son la solución cuando se trata de arreglar ropa. Con el paso de los años, el oficio logró reinventarse para no perder vigencia.

Al tener que cuidar de sus hijos pequeños, a doña Chuy le dieron la oportunidad de que cosiera desde su casa; hace ya algunos años se pensionó y actualmente vive con una de sus hijas, que es sordomuda, su nieto y su hermano, que sufre de distrofia muscular.

"Ponemos cierres, parchamos la ropa, les agarramos, los entubamos, hacemos cortinas. No sale un dineral de ganancia, porque le pagan a uno muy poco, nada más para irla pasando", mencionó.

Foto: Carla Gozález | El Sol de Mazatlán

Doña Chuy se separó de su esposo cuando su hijo más pequeño tenía apenas 7 años; dice que nunca resintió su ausencia, pues ella siempre estuvo acostumbrada a trabajar, ya que nunca le gustó la escuela, desde que era muy niña trabaja.

Aprendió a escribir viendo revistas; sacar cuentas era muy necesario para tomar medidas y cortar las telas, por lo que también, como pudo, aprendió.

Actualmente trabaja en su domicilio, ubicado en la colonia Urías, con una máquina ya muy viejita, misma que era de la empresa en la que trabajaba y que se la donaron cuando se pensionó.

"Con esta máquina tengo como 40 años, que le faltan muchas piezas, pero así cosemos, con mexicanadas que le hace uno, las nuevas cuestan muy caras, he estado tentada en comprar una, pero como me la ha llevado enferma, ni cómo hacerle", dijo.

Foto: Carla Gozález | El Sol de Mazatlán

Este oficio requiere mucho del sentido de la vista, por la edad, comenta que ya le batalla para insertar el hilo en la aguja, pero aún no usa lentes, ha resentido ya también el cansancio en su espalda y por pasar tanto tiempo sentada padece del síndrome de colon irritado y tiene una hernia hiatal en el estómago, por tantas malpasadas.

"Mi hermana me regañaba, decía que le hacía más caso al trabajo que a la comida, pero con tal de terminar más pronto, echaba solo dos comidas al día, a veces nada más una".

Aunque cansada por el paso del tiempo, sigue sentada frente a la máquina de coser, entre puntada en puntada, hilván tras hilván y zurcido tras zurcido, dice que a lo mejor pronto se retira de una vez por todas del trabajo, pues se quiere operar para aliviar sus males, aunque ella siente que si deja de coser se va a “tullir”. El oficio lo deja en manos de su hija, a quien cómo ha podido, le ha enseñado algo de lo mucho que ella aprendió, para que así como ella, pueda también forjar su destino entre agujas, hilos y telas.




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Mazatlán, Sin.- Ser costurera ha sido el único sustento económico durante más de 47 años para doña María de Jesús Colio Ponce, quien ha forjado su vida y la de sus cinco hijos entre los hilos y las telas en la máquina de coser.

Doña Chuy empezó desde muy joven en el oficio, cuando tenía 19 años y empezó a trabajar en una tienda de cortinas en el puerto. Al principio la habían contratado como afanadora, pero a ella le llamaba mucho la atención el quehacer de las costureras.

"Yo trabajaba haciendo el aseo en una tienda de cortinas y ahí había unas costureras, yo me apuraba, hacía el aseo, terminaba y me iba ayudarles, ahí fue donde aprendí, me regañaban mucho, pero me llamaba la atención la costura", contó.

Tiempo después dejó el puesto de afanadora y la mandaron a coser, desde entonces y hasta la fecha, a sus 66 años, sigue desempeñando este oficio con mucho entusiasmo. Orgullosa, dice que gracias a su labor costurera pudo sacar adelante a cinco hijos, pues fue madre soltera.

Recuerda que en aquellos tiempos ser costurera era muy diferente, si bien es cierto que ya existían las máquinas de coser, las usaban muy poco, por lo que casi todo era a mano.

"Antes cosíamos todo a mano, nada más las uniones eran a máquina, era más tardado, con una aguja chiquita para hacer la bastilla, las puntadas", recordó.

Foto: Carla Gozález | El Sol de Mazatlán

Las costuras tenían que estar ocultas, las puntadas no se tenían que ver por ninguno de los lados de la tela, fue muy difícil, señala, pero aprendió muy bien. En aquel entonces le pagaban 230 pesos a la semana haciendo el aseo, ya de costurera ganaba 600.

El oficio es artesanal y aunque actualmente existen máquinas de coser muy modernas, siempre va a hacer falta la costurera que sepa zurcir, hilvanar o remendar. Ellas son la solución cuando se trata de arreglar ropa. Con el paso de los años, el oficio logró reinventarse para no perder vigencia.

Al tener que cuidar de sus hijos pequeños, a doña Chuy le dieron la oportunidad de que cosiera desde su casa; hace ya algunos años se pensionó y actualmente vive con una de sus hijas, que es sordomuda, su nieto y su hermano, que sufre de distrofia muscular.

"Ponemos cierres, parchamos la ropa, les agarramos, los entubamos, hacemos cortinas. No sale un dineral de ganancia, porque le pagan a uno muy poco, nada más para irla pasando", mencionó.

Foto: Carla Gozález | El Sol de Mazatlán

Doña Chuy se separó de su esposo cuando su hijo más pequeño tenía apenas 7 años; dice que nunca resintió su ausencia, pues ella siempre estuvo acostumbrada a trabajar, ya que nunca le gustó la escuela, desde que era muy niña trabaja.

Aprendió a escribir viendo revistas; sacar cuentas era muy necesario para tomar medidas y cortar las telas, por lo que también, como pudo, aprendió.

Actualmente trabaja en su domicilio, ubicado en la colonia Urías, con una máquina ya muy viejita, misma que era de la empresa en la que trabajaba y que se la donaron cuando se pensionó.

"Con esta máquina tengo como 40 años, que le faltan muchas piezas, pero así cosemos, con mexicanadas que le hace uno, las nuevas cuestan muy caras, he estado tentada en comprar una, pero como me la ha llevado enferma, ni cómo hacerle", dijo.

Foto: Carla Gozález | El Sol de Mazatlán

Este oficio requiere mucho del sentido de la vista, por la edad, comenta que ya le batalla para insertar el hilo en la aguja, pero aún no usa lentes, ha resentido ya también el cansancio en su espalda y por pasar tanto tiempo sentada padece del síndrome de colon irritado y tiene una hernia hiatal en el estómago, por tantas malpasadas.

"Mi hermana me regañaba, decía que le hacía más caso al trabajo que a la comida, pero con tal de terminar más pronto, echaba solo dos comidas al día, a veces nada más una".

Aunque cansada por el paso del tiempo, sigue sentada frente a la máquina de coser, entre puntada en puntada, hilván tras hilván y zurcido tras zurcido, dice que a lo mejor pronto se retira de una vez por todas del trabajo, pues se quiere operar para aliviar sus males, aunque ella siente que si deja de coser se va a “tullir”. El oficio lo deja en manos de su hija, a quien cómo ha podido, le ha enseñado algo de lo mucho que ella aprendió, para que así como ella, pueda también forjar su destino entre agujas, hilos y telas.




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