Mazatlán, Sin.- El 20 de agosto del 2009, la avenida Juárez, en la ciudad de nombre homónimo en el estado de Chihuahua, se tiñó con el color de la sangre, pero también con el color del amor, con 33 pares de zapatos rojos que fueron "instalados" uno tras otro, hasta recorrer toda la vialidad que termina en el cruce de la frontera con los Estados Unidos.
Elina Chauvet, artista visual radicada en Mazatlán, fue la autora de este performance que tenía como objetivo denunciar una realidad que aquejaba y que lo hace todavía, a las mujeres en el mundo entero: el feminicidio.
A través de su pasión por el arte, encontró la forma de canalizar el dolor que dejó un suceso trágico en su vida que cambió no sólo su existencia personal, sino también profesional. Su hermana fue asesinada a manos de su esposo, un hecho que la llevó a explorar el arte con perspectiva de género.
Al hablar de su hermana se le escucha una voz pausada, "quebradiza", hay instantes de silencio; por momentos su mirada busca en sus adentros todos aquellos recuerdos bonitos al lado de ella, pero también, con madurez, rememora ese trago amargo a 28 años de su partida.
"Eso me rompió, porque ella y yo éramos gemelas, prácticamente, nos llevábamos un año de diferencia. Crecimos juntas, estuvimos juntas hasta los 30 años, siempre estábamos una con la otra, era una relación de hermanas muy estrecha, teníamos eso que dicen que tienen los gemelos, que sientes lo que le está pasando al otro", expresó.
Su dolor lo empezó a desahogar en el arte, los primeros años los dedicó a pintura y su obra fue autobiográfica. Todo ese sentimiento quería expresarlo, fueron 10 años de catarsis y junto con su obra, fue descubriendo que era feminista.
PROYECTO
Vivió todo un proceso, la violencia que han sufrido históricamente las mujeres estaba tan "normalizada" que antes de la muerte de su hermana no veía esa realidad. Reflexionó y se dio cuenta de las vidas de sus tías, de sus abuelas, de lo que habían sufrido, que la historia de su hermana no era la única, que había muchas mujeres violentadas, asesinadas y con ello una impunidad tremenda.
En el 2009 ganó una beca en Ciudad Juárez para trabajar un proyecto en una colonia periférica, impartiendo talleres de creatividad y escultura a niños y jóvenes. Estaba en ese cambio, de saber que podía hacer arte de otra manera y sentía la necesidad de salir y hacer algunas cosas en el espacio público.
"En ese tiempo fui al Centro de Juárez y me quedé pasmada, la impresión tan grande que tuve de ver la cantidad de pesquisas que había, era una cosa escandalosa y que no se sabía nada, fue algo que estaba pasando, entonces dije: tengo que hacer algo, esto se tiene que saber".
Fueron muchas cosas las que la llevaron a este proyecto, tenía que ser algo muy emocional. Sabía que era importante que para lograr un cambio tenía que hablarle a la comunidad y hacer visibles a las que ya no estaban; se estaban olvidando de ellas, las estaban asesinando.
LOS “ZAPATOS ROJOS”
Al tomar conciencia de esta realidad pensó qué hacer y cómo hacerlo. Su objetivo era que el proyecto traspasara las fronteras, que se supiera en todas partes. El por qué de los zapatos se origina debido a que es un elemento en común que se puede encontrar en todas partes, así la obra no tendría que viajar físicamente, sino conceptualmente, pues en aquel entonces no tenía dinero para iniciar el proyecto.
"Fueron muchas cosas, fue ligándose, porque mi hermana y yo teníamos muchas historias de zapatos, porque calzábamos igual, muchas de las chicas que desaparecieron eran de zapaterías, muchas que encontraron las identificaron por los zapatos, no había de otra, tenía que ser zapatos", explicó.
A través de donaciones hechas por su familia, amigos y madres de víctimas de feminicidios, logró reunir 33 pares de zapatos color rojo, el color de la sangre, pero también el del amor. Quería que este proyecto llevara un mensaje de esperanza y que fuera abordado desde una perspectiva respetuosa.
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Regresó a Mazatlán, donde ya tenía radicando nueve años. Inició una campaña en el puerto para recolectar más zapatos y en dos años logró reunir 300 pares. Para entonces ya le habían mandado un par más de Canadá, otro de la capital del país y así de otras ciudades, el proyecto estaba tomando la dirección que ella quería y entonces decidió emprender una gira en ciudades de México.
Inició en Mazatlán el 15 de septiembre del 2011. en la calle Venus del Centro Histórico, continuó en Culiacán, Hermosillo, Mexicali, Tijuana, Ciudad de México, Toluca, Puebla, Villahermosa, Morelia, La Paz, Chihuahua, Guadalajara, Oaxaca y en Cancún.
Ese mismo año el performance se llevó a cabo a las afueras del Consulado mexicano en El Paso. Texas, ahí se le dio una cobertura internacional y posteriormente le llegó la solicitud de realizar una réplica en Milán, Italia, donde se viralizó. Se fueron sumando más países, entre ellos España Argentina y Chile.
El performance se ha replicado en varios países, donde Elina jamás pensó que podría llegar, como Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Uruguay, Brasil, Nicaragua, Estados Unidos, Canadá, Italia, Francia, Reino Unido, Suecia y Bélgica.
Reconoce que una obra de arte no cambia la realidad, pues este cambio involucra factores culturales, educativos, sociales y legislativos, pero desde su espacio, ha sembrado una semilla que invita a la reflexión.
TRABAJO
Elina Chauvet ha participado en más de cuarenta exposiciones colectivas e individuales y ha recibido menciones honoríficas y premios. Por la pandemia, está tomando un "descanso" pues los proyectos, de momento, han quedado suspendidos. El próximo año, si las condiciones lo permiten, estará presente en la primer Feria de Arte Feminista en la Ciudad de México.
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