/ domingo 10 de junio de 2018

Robert Kennedy, el ocaso del progresismo de los 60

Esta semana se cumplieron 50 años del asesinato de Robert Kennedy, un duro golpe a los derechos civiles que tomaban fuerza en Estados Unidos

WASHINGTON.- Otra vez. En la madrugada del 5 de junio de 1968, hace 50 años, un estruendo daba paso a un segundo de silencio, al caos. Era la tercera vez en cinco años que un asesinato ponía fin a la vida de un prominente líder político progresista en Estados Unidos. Ahora era el turno de Robert F. Kennedy.

"RFK, RFK, RFK", gritaba la multitud del Hotel Ambassador de Los Ángeles, volcada con el probable candidato demócrata a la Presidencia, cuando el tenebroso sonido de un disparo sobrevoló a la masa y se impuso la confusión: el senador demócrata y exfiscal general Robert Kennedy había sido víctima de un ataque fatal.

Sirhan Sirhan había disparado al favorito para hacerse con la candidatura demócrata segundos después de que Kennedy abandonara el escenario del hotel, donde acababa de ofrecer un discurso al conocerse su victoria en las influyentes primarias de California.

Las televisiones volvían repentinamente a sus directos en la sala angelina, mientras el equipo de la víctima entonaba el clásico "un médico en la sala". Desconcertados, con la única certeza del fragor escuchado, pero con el miedo a que se confirmara lo que minutos después se certificaría.

Bobby, como era conocido, terminó pereciendo un día después y con él las esperanzas del progresismo estadounidense de los años 60, que había visto cómo sus figuras más destacadas eran asesinadas una detrás de otra, dando paso a una etapa de mayor polarización.

En 1963, John F. Kennedy, presidente del país y hermano de Robert, era asesinado en el que probablemente sea uno de los momentos más determinantes de la historia moderna de EU.

En abril de 1968, dos meses antes del magnicidio de "RFK", Martin Luther King, una de las principales figuras en la lucha contra el segregacionismo y la justicia social, era abatido en el balcón del hotel Lorraine de Memphis (Tennessee).

En las retinas de los estadounidenses persisten aún las imágenes del discurso de Robert Kennedy en Indianápolis tras la muerte de King, llamando a la unidad y a la reflexión al país. La ciudad de Indiana fue una de las pocas que resistió pacífica ante la oleada de violencia que siguió al asesinato del pastor.

Los homicidios de los tres líderes, y sus consecuentes teorías conspirativas, supusieron un duro golpe para quienes perseguían avances en los derechos civiles en el país, entre quienes muchos pensaron que los cambios no podían lograrse por las vías democráticas convencionales, lo que derivó en el desánimo y la radicalización de algunos movimientos.

Así lo cree Ross Baker, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Rutgers, quien explicó a Efe que los dos homicidios de 1968 sumieron al país en "un estado de profunda depresión y pesimismo", una situación que se agravó después con la llegada del republicano Richard Nixon al poder.

Para Baker, Robert Kennedy no gozaba del carisma que acumuló su hermano y "gran parte" de su éxito inicial partía de la "nostalgia" hacia él, aunque reconoce que en los últimos años, y sobre todo en la recta final de su vida, Bobby logró ganarse el afecto y la confianza de quienes veían en él "un potente orador" presidencial.


Los asesinatos se enmarcaron en un contexto en el que la educación segregada por raza había sido declarada inconstitucional en la década previa (1954) y acababan de aprobarse leyes fundamentales para los afroamericanos como la Ley de Derechos Civiles (1964) o la de Derecho al Voto (1965).

"Su influencia fue profunda. Guió la campaña victoriosa de su hermano a la Presidencia e hizo contribuciones vitales a la causa de los derechos civiles como fiscal general", relata a Efe Sean Wilentz, profesor de Historia Americana de la Universidad de Princeton, quien resalta su oposición a la Guerra de Vietnam.

El experto incide en el pragmatismo y el equilibrio que aportaba Robert Kennedy a la lucha por los derechos civiles en aquel momento: "Creía tanto en el orden como en la resistencia, en el civismo como en la protesta".

"Habría servido para unir políticas liberales y cambio progresista, y tender puentes entre las divisiones de raza, clases y generaciones", argumentó Wilentz.

De acuerdo al profesor de Princeton, el asesinato de Bobby supuso un ocaso en la política estadounidense, "que ha parpadeado, pero que permanece rodeada de una profunda oscuridad que ha alcanzado hoy su peor estado".


WASHINGTON.- Otra vez. En la madrugada del 5 de junio de 1968, hace 50 años, un estruendo daba paso a un segundo de silencio, al caos. Era la tercera vez en cinco años que un asesinato ponía fin a la vida de un prominente líder político progresista en Estados Unidos. Ahora era el turno de Robert F. Kennedy.

"RFK, RFK, RFK", gritaba la multitud del Hotel Ambassador de Los Ángeles, volcada con el probable candidato demócrata a la Presidencia, cuando el tenebroso sonido de un disparo sobrevoló a la masa y se impuso la confusión: el senador demócrata y exfiscal general Robert Kennedy había sido víctima de un ataque fatal.

Sirhan Sirhan había disparado al favorito para hacerse con la candidatura demócrata segundos después de que Kennedy abandonara el escenario del hotel, donde acababa de ofrecer un discurso al conocerse su victoria en las influyentes primarias de California.

Las televisiones volvían repentinamente a sus directos en la sala angelina, mientras el equipo de la víctima entonaba el clásico "un médico en la sala". Desconcertados, con la única certeza del fragor escuchado, pero con el miedo a que se confirmara lo que minutos después se certificaría.

Bobby, como era conocido, terminó pereciendo un día después y con él las esperanzas del progresismo estadounidense de los años 60, que había visto cómo sus figuras más destacadas eran asesinadas una detrás de otra, dando paso a una etapa de mayor polarización.

En 1963, John F. Kennedy, presidente del país y hermano de Robert, era asesinado en el que probablemente sea uno de los momentos más determinantes de la historia moderna de EU.

En abril de 1968, dos meses antes del magnicidio de "RFK", Martin Luther King, una de las principales figuras en la lucha contra el segregacionismo y la justicia social, era abatido en el balcón del hotel Lorraine de Memphis (Tennessee).

En las retinas de los estadounidenses persisten aún las imágenes del discurso de Robert Kennedy en Indianápolis tras la muerte de King, llamando a la unidad y a la reflexión al país. La ciudad de Indiana fue una de las pocas que resistió pacífica ante la oleada de violencia que siguió al asesinato del pastor.

Los homicidios de los tres líderes, y sus consecuentes teorías conspirativas, supusieron un duro golpe para quienes perseguían avances en los derechos civiles en el país, entre quienes muchos pensaron que los cambios no podían lograrse por las vías democráticas convencionales, lo que derivó en el desánimo y la radicalización de algunos movimientos.

Así lo cree Ross Baker, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Rutgers, quien explicó a Efe que los dos homicidios de 1968 sumieron al país en "un estado de profunda depresión y pesimismo", una situación que se agravó después con la llegada del republicano Richard Nixon al poder.

Para Baker, Robert Kennedy no gozaba del carisma que acumuló su hermano y "gran parte" de su éxito inicial partía de la "nostalgia" hacia él, aunque reconoce que en los últimos años, y sobre todo en la recta final de su vida, Bobby logró ganarse el afecto y la confianza de quienes veían en él "un potente orador" presidencial.


Los asesinatos se enmarcaron en un contexto en el que la educación segregada por raza había sido declarada inconstitucional en la década previa (1954) y acababan de aprobarse leyes fundamentales para los afroamericanos como la Ley de Derechos Civiles (1964) o la de Derecho al Voto (1965).

"Su influencia fue profunda. Guió la campaña victoriosa de su hermano a la Presidencia e hizo contribuciones vitales a la causa de los derechos civiles como fiscal general", relata a Efe Sean Wilentz, profesor de Historia Americana de la Universidad de Princeton, quien resalta su oposición a la Guerra de Vietnam.

El experto incide en el pragmatismo y el equilibrio que aportaba Robert Kennedy a la lucha por los derechos civiles en aquel momento: "Creía tanto en el orden como en la resistencia, en el civismo como en la protesta".

"Habría servido para unir políticas liberales y cambio progresista, y tender puentes entre las divisiones de raza, clases y generaciones", argumentó Wilentz.

De acuerdo al profesor de Princeton, el asesinato de Bobby supuso un ocaso en la política estadounidense, "que ha parpadeado, pero que permanece rodeada de una profunda oscuridad que ha alcanzado hoy su peor estado".


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